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POLÍTICA Y CULTURA

¿A qué hora vuelve Hemingway?

Cuando llegué a “La Vigía” en Cu­ba, no encontré a Hemingway, el viejo safari, ca­zador infatigable; encontré sus trofeos, fieras disecadas, su vieja maquinilla de escribir (se dice que escribía de pie, una posible colindancia con el maestro William Faulkner) pero no estaba, lo busqué ha­cia el prado, hacia la piscina enorme, donde Ava Gardner, el símbolo sexual más agresi­vo de los años 50 del siglo pa­sado, a quien el gran Frank Sinatra llamó, “el animal más bello”, se bañaba desnuda co­mo una aparición eréctil de la mente más mórbida y vital. Busqué las pequeñas tumbas de Blackie y Negrita, los dos perros más queridos a quie­nes Hemingway enterró so­lemnemente con sus lápidas plateadas, vi las sepulturas de sus gatos, de esos felinos que atrapaban toda presencia in­deseada y que fueron honra­dos por este escritor tan ex­traño, tan controversial.

Dónde está Hemingway, quiero verlo, dije con énfa­sis, pero no estaba, había sa­lido hacia Estados Unidos a tratarse una severa enferme­dad. Luego supe que al regre­sar se disparó con su propia escopeta de cazar, él, cazado por él mismo. Entonces pen­sé que debía haber una este­la, alguna transparencia lu­minosa, la esquela esotérica de un fantasma, ese celaje que mueve los arbustos y los párpados en algunos instan­tes de despedida. ¿A qué ho­ra vuelve Hemingway? Yo lo esperaré leyendo sus anota­ciones, con una copa de vi­no, organizando una pesca en Cojimar, dije emocionado. Me paseé por el viejo jardín, y allí vi la Ceiba, la inmensa Ceiba, a la entrada lateral de la casa. La guía, una docta cu­bana, que al poco tiempo pa­recía familiar, próxima, casi íntima, relata la anécdota de la Ceiba.

Hemingway le había pro­hibido al jardinero de ma­nera terminante, que nunca cortara las ramas ni el tron­co de la Ceiba. Era contrario a podar los árboles, pensaba que nadie debía interferir con su crecimiento.

En cierta ocasión Hemin­gway, salió de viaje, y quedó en el hogar, su esposa, Mary Welsh, la última compañera de las innumerables compa­ñeras de este sátiro inmen­so que fue el escritor Premio Nobel de Literatura. Resulta que la Ceiba, cuyas raíces son poderosas se expandieron en busca de agua, en este caso, penetrando a la casa de He­mingway, levantando las lo­sas, los pisos de una parte de la vivienda, por lo que su es­posa decidió ordenar al jardi­nero que cortara sus raíces y ramas. Cuando Hemingway regresó a los pocos días, co­rrió al pobre jardinero por toda la finca, y delante de la comunidad de San Francis­co de Paula, obligó a Mary a arrodillarse delante de la Cei­ba herida, y pedirle perdón por el crimen, la agresión co­metida. Hemingway decía, lo que dicen los creyentes en los poderes de la naturaleza, que la Ceiba es una planta sa­grada, que no debe ser corta­da jamás, que debajo de ella moran satélites de vida, seres de ternura y ángeles yorubas de encantamientos y posesio­nes.

Desde entonces la Ceiba desagraviada por Hemin­gway hermosea el contor­no, levanta los pisos y colma nuestro asombro en sobera­na complacencia del mito y la fábula.

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