OTEANDO
La presencia del maestro
Se pusieron de moda los ordenadores, mucho más de moda de lo que ya estaban. Llegó el Covid-19 y nos sumió a todos en el claustro indeseado, en el contacto permanente, sin posibles excusas ni evitación. Los niños están en casa siempre y no hay espacio para una siesta, el beisbol o el dominó. El infierno digital ya no es una brecha, es un boquete.
En medio de este vendaval reparamos en unos seres humanos casi olvidados por completo por parte de sus conciudadanos. Unas figuras valoradas en las antiguas Grecia y Roma casi con vocación sucesoria respecto de los dioses y, en el Japón de hoy, las primeras en la jerarquía social, las más respetadas, a las que más reverencias se les hacen. Me refiero a los maestros.
Aunque no todos tienen el mismo desempeño -unos entran por vocación y otros por situación-, todos tienen una virtud en común: se enfrentan día a día, no solo a tratar de instruir a nuestros hijos, sino también a educarlos. La mayoría son de baja extracción socioeconómica y eligen su oficio -como el guardia no académico su carrera- por ser el único lugar que “encontraron abierto”, pero ello no les resta méritos. Los “memes” dan cuenta del fastidio que viven los padres en la aciaga hora, a quienes, ahora, los maestros -con o sin vocación- se les antojan ángeles bajados del mismo cielo. Ellos cultivan la paciencia de que no disponemos. Son los portadores de la oralidad que precede lo escrito. Son, desde siempre, esa presencia real e insustituible por cuyas manos pasamos abogados, ingenieros, doctores y presidentes dejándolos en el mismo sitio.
La pandemia nos ha hecho valorarlos por lo que nos aportan. Hoy que así ocurre, quiero rendir, en las personas de los que aún están y en memoria de los que ya se fueron: Ciricio y Lourdes Colón, Calín Belliard, Gladys Bruzzo, Altagracia Castro, América Tejada, Carmen Evangelista, Amantina de Burgos y de mi amado profesor de canto Patín Montolío, quien me enseñó los himnos de “la raza” y de “la escuela”, el más grande tributo a todos los maestros dominicanos, manifiesto en mi visión particular del mundo, las que fueron capaces de forjar despertando en mí el amor por el arte, la literatura, el saber, en fin, mi amor por la vida, que se activa a partir de mis modestos conocimientos.