Santo Domingo 22°C/26°C broken clouds

Suscribete

EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

Saramago en la galaxia del perdón y las renuncias

Ha servido la cuarentena para regre­sarme a la galaxia escri­tural del portugués, Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago.

Hacia él profeso una admiración que iguala la que concedo a los gran­des escritores.

Llegan tiempos de cre­cimiento. En ellos, el es­píritu renuncia a lo que limita, amenazante o aviesamente, su estatu­ra, hasta donde puede es­calar. Hegel lo denominó “Alma bella”: esenciali­dad humanista que reco­noce la realidad y a los demás; razonar proactivo sobre lo circundante.

La obra de Saramago es producto de esa “alma bella”, que sólo existe li­berada de determinantes; que atiende sólo a consti­tuirse en —y serlo prácti­camente— esencialidad socionauta; discurrir éti­co que armoniza realidad y cultura, imbuyéndolos como son, sin remordi­mientos ni conflictos.

El universo cultural lo integran numerosas ga­laxias, orbitadas por so­les de distintas especies y estaturas: estrellas gi­gantes y enanos planetas. Danzan armoniosos o co­lisionando, pero perma­nentes. Allí no cabe más conducta que renunciar al lastre superfluo, a que enanos anden sobre hom­bros de gigantes.

Renunciar es acto éti­co; despoja de sobrantes; reconoce la realidad co­mo es. A cambio premia, entregando la recupera­ción prístina de una esen­cia ataviada de humilde docilidad.

Es dejar de aspirar a to­do, excepto a la renuncia misma.

Quien más cátedras so­bre ella dictó fue Jesús. La signó ante aquel bau­tizante “inferior”. Su ob­jetivo era el compromiso con el Padre: morir, rena­cer e ingresar a la eterni­dad, liberando a todos de culpas.

A diferencia de los es­critores vanguardistas y post-vanguardistas euro­peos y latinoamericanos, Saramago no renunciaba para increpar o culpar; sí para olvidar, simplemen­te, sin mayores desvaríos.

Recurrió a las renun­cias como perdón soli­citado y otorgado: tera­péutica contra artificios literarios. Posibilitaron que articulara un lengua­je liberado, densamen­te significativos pese a su absurdo aparataje.

Filosóficamente ex­presarlo, sería: renun­ciar libera de lo anterior y heredado; es clave para reducir la enajenación.

Donde el tener acicatea muchas vidas, definiendo un mundo objetualizado, el Ser pierde relevancia. Des-alienarse, des-ena­jenarse literariamente es afirmar la humildad esti­lística. Saramago lo hizo.

Lo declaró en su nove­lística, trocándola en ma­nifiesto literario: bajo su táctica de autoconscien­cia novelesca, expuso ta­les decisiones; expresó bloques de tradición dis­cursiva, perdones y re­chazos. Así la descriptiva terminó condenada y ex­cluida. En su lugar —el vacío nunca es opción— instaló un discurso con­jetural y “absurdo” que, indicando lo esperado, enuncia lo real, ratificán­dolo sin vericuetos ni fal­sías. Colapsaba así aquel templo de certezas.

Para que hasta los per­sonajes más humildes en­tiendan que ante el poder la única opción es humi­llarse. Consecuentemen­te y por ejemplo, Subhro, el cornaca del elefan­te Salomón de “El via­je del elefante”, satisfa­ce al cura haciendo que el portentoso paquider­mo gris, de piel impene­trable como la de todos los paquidermos, termi­ne arrodillándose en las escalinatas pre-porticales de la basílica de San An­tonio de Padua para que la iglesia pueda excla­mar y exclame ¡Es un mi­lagro! Acto obligado, de supervivencia política: si Salomón no se arrodilla, no podrá continuar hacia la prometida fama aus­tríaca, aunque después le espere el olvido más olímpico.

Así Subhro, después de disculparse varias veces, renuncia a toda desobe­diencia y Saramago, el novelista, a cualquier ti­po de artificio.

Tags relacionados