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OTEANDO

La alocución de Abinader

Complace so­bremanera que el presi­dente de la Re­pública, Luis Rodolfo Abinader Corona, haya dado marcha atrás en su idea de gravar el consu­mo en los renglones que originalmente pretendió. Muchos han querido cri­ticarle por eso aduciendo que es una muestra de pusi­lanimidad. Desde mi pers­pectiva es una muestra, sí, pero de grandeza política.

Siempre he opinado así de las decisiones presidenciales que resultan de poner los oí­dos en el corazón del pueblo. Opiné igual la infinidad de ve­ces que Danilo Medina y Leo­nel Fernández obraron del mismo modo. Es política en puridad, gobernanza. Michael J. Sandel (2011) en Justicia plantea que la comunidad po­lítica existe, al menos en parte, para honrar las virtudes cívi­cas. De modo que, para mí, es de honestos y sabios recono­cer las virtudes allí donde apa­rezcan y en la persona que las exhibe. No creceremos mien­tras no seamos honrados. Y honrar honra. Ello no implica asumir partido.

Avanzamos por buen cami­no. Y digo esto porque no hay que contentarse solo con la ac­titud del presidente, hay que celebrar además, que nues­tros ciudadanos adquieren ca­da vez más capacidad crítica y ejercen los derechos de ciu­dadanía a partir de juicios de­mocráticamente concebidos y ordenadamente practicados. Por eso veo siempre el vaso medio lleno y no medio vacío. Todo lo que ocurre en nuestro país político obra para bien, así sea como experiencia para evitarlo en el futuro. Conside­ro valiosos los sucesos poste­riores a febrero 16 de este año, por amargos y tortuosos que nos hayan resultado, pues, a pesar de todo, tuvieron efectos en la ciudadanía –en términos de aprendizaje para el recla­mo–, con independencia de bajo cuales designios actuaron sus protagonistas de entonces. Otros, ajenos a estos, también aprendieron un derecho del que disponen y los gobiernos del presente y del futuro están compelidos a considerar esas variables a la hora de tomar decisiones. En otras palabras a ejercitar su sentido de la go­bernanza al máximo.

Con todo, es deseable que, como he dicho en reiteradas ocasiones, le demos al gobier­no sus cien días de costumbre, a los fines de que pueda adap­tar situaciones, y por qué no, de tomar un poco de experien­cia de Estado, pues nadie ig­nora que el presidente actual nunca había desempeñado el cargo y muchos de su entorno jamás tuvieron las funciones que ostentan. Y, al margen de buenas intenciones, el Estado requiere ser aprendido.

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