OTEANDO
Decadencia de una institución
Si hay algo en lo que los ciudadanos críticos, de aquí y de todas las latitudes, que observaron el primer debate entre Donald Trump y Joe Biden están de acuerdo es en que, con independencia de quién pudo haberlo ganado, hay un gran perdedor, que lo es el pueblo de los Estados Unidos de América. ¿Por qué hay esa sensación generalizada? Porque los debates de este género, que son una institución que data de 1960, fecha en la cual se enfrentaron en la televisión por primera vez dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América (John Fizgerald Kennedy, por el Partido Demócrata y Richard Nixon, por el Partido Republicano), han dado grandes frutos a la democracia de ese país, ya que se constituyeron en una suerte de referencia que facilitaba la definición del votante en términos preferenciales hacia uno u otro candidato.
Pero los debates entre candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América no son algo que solo despierte interés entre los estadounidenses. Esa nación, si bien no conserva la hegemonía que tuvo cuando el mundo era bipolar, puede aún darse el lujo de decir que tiene un peso específico cardinal en el destino del mundo. De ahí la importancia de su resultado, pueden influir el voto y colarse quien perjudique a todos. Los que nacimos al final de la década del 50, supimos poco o casi nada sobre el debate Kennedy - Nixon. Y para ser honesto no nos hizo mucha falta en los años posteriores, porque muchos ignorábamos su trascendencia y la ignorancia es atrevida. Celebro ver muchos jóvenes de ahora, comunicadores o no, interesados en la cuestión.
Con todo, en el debate de 1960 no estuvieron rebajados la regla de buen trato ni los buenos modales. Uno de los detalles que sobresale en todas las crónicas al respecto -y prevalece aún- es el hecho de que la contienda oral no fue agresiva. Sin embargo, el giro que esa institución ha dado apunta hacia la involución. De un tiempo a esta parte, ya no se ve a los contendientes tratar con altura los temas elegidos para el mismo.
El liderazgo estadounidense acusa un vacío que marca la decadencia de la institución del debate. Y lo peor es que esa decadencia es solo una muestra del efecto que provoca la falta de compromiso y de preocupación intelectual en una democracia.