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AGENDA SOCIAL

Injusticia, discriminación y mala suerte

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Margarita CedeñoSanto Domingo

La historia de la po­lítica criminal de los Estados Uni­dos está repleta de casos en los cuales se cometió una injusticia, mu­chas veces debido al carácter consuetudinario del derecho común que se ejerce en dicho país. Hay historias que reme­moran la injusta encarcela­ción de Edmundo Dantes en el Conde de Montecristo o la ex­traordinaria película Sueño de Fuga (Shawshank Redemp­tion), cuyos protagonistas ino­centes caen víctimas del abuso de poder y la discriminación.

El concepto de condena injusta entendido como fa­lla del sistema judicial de­ja al desnudo el contubernio de fiscales, policías, investi­gadores y jueces que, en to­das las latitudes y longitudes, han llenado las cárceles de personas inocentes, olvidan­do la fórmula de Blackstone: “es mejor que diez personas culpables escapen a que una inocente sufra”.

Recientemente se ha pre­sentado a la palestra pública el caso de un dominicano injus­tamente condenado por ho­micidio, permaneció 24 años en prisión hasta que pudo comprobarse su inocencia y demandó a la ciudad de Nue­va York por una suma millona­ria en dólares, que obtuvo co­mo indemnización.

El caso ejemplifica la co­rrupción que también se da en los sistemas judiciales, a lo que se suma el ejercicio del po­der de manera discriminatoria hacia las minorías y los grupos más vulnerables. El ejemplo es útil para aprender y cuestio­narnos si el sistema penal do­minicano no está repleto de casos como este, de condenas injustas que dejan en entredi­cho la eficiencia de la persecu­ción de los delitos y la tecnifi­cación e independencia del Ministerio Público.

Ahora que se relanza la re­forma al sistema penitencia­rio y queda en evidencia el alto número de personas con con­denas preventivas; ahora que se discute nueva vez el Código Penal dominicano e, ineludi­blemente, se cuestiona el Có­digo de Procedimiento Penal, debemos pensar en las injusti­cias y discriminaciones que el sistema por si solo propicia.

Si aspiramos a la reinser­ción de las personas que co­meten crímenes en la so­ciedad, de forma tal que aprovechen productivamente la segunda oportunidad que les da la vida, debemos dejar atrás la posibilidad de que la justicia pueda ser injusta. No podemos pasar por alto los derechos humanos del acu­sado y el privado de libertad, tenemos que disponer de sis­temas de garantías procesa­les adecuados y profundizar la capacidad del sistema pe­nitenciario para transformar a los reclusos en ciudadanos respetuosos de las leyes.

La mayor parte de los crí­menes se gestan desde dentro de las cárceles del país, espe­cialmente las del viejo modelo. ¿Cuántos ciudadanos inocen­tes no se habrán convertido en delincuentes luego de verse expuestos a la cultura criminal de muchas cárceles del país? ¿Les hemos dado alguna otra opción para sus vidas, que sea más productiva para la socie­dad? ¿Cómo medimos la pro­fesionalización del Ministerio Público y su compromiso con una justicia diáfana y trans­parente? ¿Cómo juzgamos al juzgador?

La sociedad en su conjunto le falló al dominicano que du­ró 24 años preso en los Esta­dos Unidos. Fue injustamente condenado, sufrió discrimina­ción por su condición de mino­ría racial y, finalmente, vino a la República Dominicana para dejar atrás ese oscuro pasado y encontró la muerte a mano de unos delincuentes, que de seguro han estado varias ve­ces en la cárcel, pero les hemos fallado en la tarea de reinser­ción. Es la mala suerte que ge­nera un círculo vicioso que pa­rece interminable.

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