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EL CORRER DE LOS DÍAS

El buscador de palabras

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

S i eres un simple buscador de palabras con ir al diccionario, como lo haces, te basta, el Pequeño Larousse, obra gramática siempre inconclusa te obligara cada día, cada mañana, a una revisión justa, juiciosa, y tendrás luego de haber, en un rebuscamiento con el que tratas de demostrar tu cultura olvidadiza, letras amontonadas, con definiciones a veces “medalaganarias” y un espacio vacío que reclama el sitio en el cual colocaras las palabras leídas sin verdadera deglución, muchas de las cuales se olvidarían, y si desearas saber para qué sirven, tendrás que bañarte en aguas contrarias al Leteo, de donde rescatarías del olvido una gramática vacía, mojada, intermediaria de un idioma enjugado pero sin conjugaciones, en el que el “gramaticologo” tendrá que ayudarse de tiempos nuevos, infinitivos paralizados, en los que encontrara solamente el sinsentido de ellas, puesto que cada frase tiene suficiente luminosidad como para levantar por si misma tu ánimo y para mostrarte su historia “imaginante” sin sondeas numerosas profundidades del incierto idioma que te legan, en las cuales las experiencias del espíritu suenan estrepitosamente y despiertan en tu interior lecciones y experiencias que chispean y te dirán como es la vida autártica y la sombra platónica de todo lo que existe y como aquello que parece muerto es, si cotejas su sonido, un tumulto de reacciones que se hablan (voces sin origen conocido) y se entienden en lenguajes nunca escritos, porque no tienen otro tempo que no sea el de crear la vida; pero hay palabras que escondidas quieren salir a la superficie y no son aquellas que el hombre ha inventado sino las que le falta por inventar, dando inicio a la capacidad humana de interpretar lo inaudible.

Si eres un buscador de sonidos, existen los que artificiosos concibe el universo para el hombre que no escucha porque no tiene capacidad suficiente para dar paso a su parte aun desconocida de abrir el corazón y descubrir qué idioma es el que palpita en sus adentros y cual es lenguaje que expresan sus taquicardias retumbantes como parte de una gramática en la que vive un habla diferente.

Millones de palabras desconocidas, sobrantes del Logos inicial susurran secretos que son verdades que el ser humano es incapaz de imaginar; porque desde que fue creado el universo tuvo que entenderse a sí mismo para completarse. Eso era parte del famoso albedrio. Le dejaron en principio, eones luego, la soledad del entorno.

La creación del universo es un encuentro de voces de todo tipo que entendiéndose se complementan y rechazándose estallan creando y vibran creciendo. Las cosas son palabras que unitarias se convierten en modos de expresión, los rebuznos luminosos de las tormentas son el reflejo de una voz que encuentra respuesta en el eco infinito que, como dijera el poeta José Asunción Silva, y llega “hasta donde nuestra voz no alcanza”; nosotros, hechos de palabras solidificadas y repeticiones genéticas previstas, navegamos al borde del sonido y todavía somos creación, algo en transformación hasta el momento ilimitada y de ese rumor que produce la brisa.

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