PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Carlos I, primeros conflictos
Los diestros en armar rompecabezas empiezan por las piezas del marco. Al enseñar historia, las miradas panorámicas observando lo que ocurre a largo plazo, aclaran los detalles. Las revoluciones inglesas, la americana y la francesa denotan elementos similares, he aquí uno: eran monarquías financieramente deficitarias.
Carlos I de Inglaterra (1624 – 1649) antagonizó a los sectores comerciales exigiendo un impuesto a los propietarios de buques. Carlos era la cabeza de una aristocracia cerrada a las aspiraciones de poder de una burguesía enriquecida con la piratería, el tráfico de esclavos y las primeras manufacturas.
Desconsideró al parlamento, pero cuando en 1628 necesitó convocarlo, los parlamentarios lo enfrentaron con una Petición de derechos, si quería los recursos de los impuestos tenía que aprobarlas. Enumero las principales:
“Nadie debe de pagar ningún impuesto, regalo, préstamo o contribución al gobierno sin que medie una ley del parlamento. Nadie debe ser detenido ni privado de sus bienes sin el debido proceso legal de acuerdo a las leyes del país. Se garantizaba el derecho de habeas corpus. No se debía forzar a ningún ciudadano a alojar tropas en su casa; no se podía declarar ley marcial en Inglaterra. En 1629, Carlos I se empecinó en su absolutismo, apoyado por el arzobispo anglicano William Laud de Canterbury, y por Lord Strafford, gobernó sin parlamento. Por su parte, el parlamento declaró “enemigo capital del estado a todo aquel que sugiriera la exacción de tributos sin autorización del Parlamento o que contribuyera a ello directa o indirectamente”.
Durante la década de 1630 Carlos I y el arzobispo Laud intentaron imponer el anglicanismo inglés a los presbiterianos escoceses de inspiración calvinista. Laud intentó acercar el ceremonial anglicano al catolicismo. Hasta el papa le ofreció la púrpura cardenalicia si volvía al catolicismo.
En 1637, los calvinistas escoceses se levantaron en armas contra la imposición del anglicanismo del arzobispo Laud y Carlos I. Para 1638, los escoceses habían firmado una alianza: no aceptarían en Escocia el sistema episcopal inglés, ni su Libro de oración.
La necesidad de recursos para reprimir a los escoceses obligó a Carlos I a convocar de nuevo al parlamento en 1640. Los parlamentarios conocían las artimañas de Carlos para destruirlos y ahora mandaban ellos. Logar asir momentáneamente las patas delanteras de un tigre: ¿éxito o muerte anunciada?
El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.com