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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Carlos I, primeros conflictos

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Los diestros en ar­mar rompeca­bezas empiezan por las piezas del marco. Al ense­ñar historia, las miradas pa­norámicas observando lo que ocurre a largo plazo, aclaran los detalles. Las re­voluciones inglesas, la ame­ricana y la francesa denotan elementos similares, he aquí uno: eran monarquías finan­cieramente deficitarias.

Carlos I de Inglaterra (1624 – 1649) antagonizó a los sec­tores comerciales exigiendo un impuesto a los propietarios de buques. Carlos era la cabe­za de una aristocracia cerra­da a las aspiraciones de poder de una burguesía enriquecida con la piratería, el tráfico de esclavos y las primeras manu­facturas.

Desconsideró al parlamen­to, pero cuando en 1628 nece­sitó convocarlo, los parlamen­tarios lo enfrentaron con una Petición de derechos, si quería los recursos de los impuestos tenía que aprobarlas. Enume­ro las principales:

“Nadie debe de pagar nin­gún impuesto, regalo, présta­mo o contribución al gobierno sin que medie una ley del par­lamento. Nadie debe ser dete­nido ni privado de sus bienes sin el debido proceso legal de acuerdo a las leyes del país. Se garantizaba el derecho de habeas corpus. No se debía forzar a ningún ciudadano a alojar tropas en su casa; no se podía declarar ley marcial en Inglaterra. En 1629, Carlos I se empecinó en su absolutismo, apoyado por el arzobispo an­glicano William Laud de Can­terbury, y por Lord Strafford, gobernó sin parlamento. Por su parte, el parlamento decla­ró “enemigo capital del estado a todo aquel que sugiriera la exacción de tributos sin auto­rización del Parlamento o que contribuyera a ello directa o indirectamente”.

Durante la década de 1630 Carlos I y el arzobispo Laud in­tentaron imponer el anglica­nismo inglés a los presbiteria­nos escoceses de inspiración calvinista. Laud intentó acer­car el ceremonial anglicano al catolicismo. Hasta el papa le ofreció la púrpura cardenali­cia si volvía al catolicismo.

En 1637, los calvinistas es­coceses se levantaron en ar­mas contra la imposición del anglicanismo del arzobispo Laud y Carlos I. Para 1638, los escoceses habían firmado una alianza: no aceptarían en Es­cocia el sistema episcopal in­glés, ni su Libro de oración.

La necesidad de recursos para reprimir a los escoceses obligó a Carlos I a convocar de nuevo al parlamento en 1640. Los parlamentarios conocían las artimañas de Carlos para destruirlos y ahora mandaban ellos. Logar asir momentánea­mente las patas delanteras de un tigre: ¿éxito o muerte anunciada?

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pu­cmm.edu.com

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