Diplomacia científica en la era del Covid-19
El mundo que conocíamos ha experimentado una increíble disrupción como consecuencia del Covid-19.
El planeta está en duelo o alerta y la ciencia ha adquirido tal visibilidad, que de repente términos como PCR (reacción en cadena de la polimerasa) y anticuerpos son trending topic.
La comunidad científica se integra a la política en busca de coaliciones para abordar esta crisis en toda su complejidad.
La ciencia es crucial para el desarrollo de las naciones. En sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, las Naciones Unidas recomienda apoyo a la investigación científica para promover la capacidad tecnológica y la innovación.
En ese sentido la influencia de la ciencia en el desarrollo requiere entre otras cosas, de un aumento en el número de investigadores, lo que amerita mejorar la inversión en la ciencia. Esta inversión crea competitividad y emprendedurismo, fomentando el crecimiento económico que a su vez avanza el posicionamiento de la marca-país.
El fortalecimiento de las capacidades científicas proporciona relevancia internacional y ‘poder blando’. La diplomacia científica.
Según la Royal Society, la ciencia es un campo donde se puede construir coaliciones, abordar retos comunes y mejorar relaciones políticas. La publicación US and International Perspectives on Global Science Policy and Science Diplomacy, recomienda el fortalecimiento de la diplomacia científica mediante la implementación de una serie de medidas tales como la integración de la diáspora a las agendas de política doméstica y exterior.
Como parte de sus funciones, atachés científicos en las embajadas pueden conducir censos de su diáspora científica, invitándolos a formar parte de redes nacionales. Además de implementar estos programas, los atachés deben sistematizar un plan de evaluación sobre su eficacia, usando métodos rigurosos y divulgando los resultados de forma transparente. El objetivo de este plan es aumentar la circulación de cerebros. En este mundo interconectado, ya no hablamos de fuga de cerebros, sino de circulación e integración. La diáspora científica puede integrarse a grupos de trabajo activos en universidades nacionales.
Los científicos locales deben definir los indicadores de una cooperación exitosa: Por ejemplo, el desarrollo de nuevos proyectos de investigación, entrenamientos y pasantías en centros extranjeros o incluso la creación de nuevos laboratorios (con apoyo del sector privado), fortaleciendo así las capacidades locales.
Tanto valoran las naciones estas colaboraciones en áreas de STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) que Dinamarca ha designado un embajador ante Silicon Valley. Hace unos meses el New York Times publicó un artículo destacando como mientras los Estados se han visto obligados a cerrar sus fronteras, total o parcialmente, para moderar la circulación del Covid-19, el nivel de cooperación científica internacional ha alcanzado niveles históricos. La ciencia trabaja con sus contrapartes extranjeros independientemente de lo que esté sucediendo políticamente.
Cuando hace unos meses escuché al equipo de la Universidad de Rochester (EEUU) analizar los efectos neuropsiquiátricos del Covid-19, los datos presentados correspondían a pacientes europeos, porque en EEUU aún no existían suficientes casos documentados con estas complicaciones.
Compartir experiencias ayuda a anticipar respuestas. En este mundo globalizado, no es suficiente que nuestro país esté sano, sino que la situación mundial nos afecta tarde o temprano.
Finalmente, la integración de comités científicos de ciencias básicas y aplicadas a la política doméstica e internacional debe procurar la toma de decisiones basadas en data.
Los científicos no dictan políticas, sino que proporcionan evidencia, idealmente antes de las crisis. En este momento se debe incentivar la solidaridad y cooperación para frenar el avance del Covid-19 y ayudar a prepararnos ante nuevas crisis sanitarias, desastres naturales, protección al medioambiente y otros temas imperantes.
Se debe fortalecer el intercambio rápido y eficiente de información, fomentando la transparencia en la comunicación con la población, empoderando a la gente para cuidar su salud, evitando más pérdidas, y facilitando la inevitable adaptación ante esta disrupción.