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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

El gobierno de #ElCambio ante el tetralema escolar

El profesor Ro­berto Fulcar, señalado pa­ra dirigir el Ministerio de Educación a partir del 16 de agosto 2020, ingresó al contexto de complejidad axial en que el Covid-19 subsume la enseñanza mundial: el tetralema re­greso a clases vs incremen­to de infecciones víricas vs parálisis sectorial vs control epidémico.

Esta tétrada conflicti­va domina los abordajes del tema “Regreso a cla­ses” por doquier y, aquí, en un entorno sectorial recesivo.

Según el BanCentral, del 2015 a 2019 el sec­tor educativo desaceleró 11.8% (14.3% a 2.5%); perdió 0.3% de inciden­cia en el PIB (0.4% a 0.1%) y sus precios au­mentaron +4.57%.

Las emergencias na­cionales decretadas por Covid-19 cerraron es­cuelas y centros de con­gregación, incluyendo empresas, aunque estas reabren y, condiciona­das por las desescaladas, avanzan hacia sus “nue­vas normalidades”.

El tetralema educati­vo reviste aristas parti­culares. A diferencia de otros ámbitos —iglesias, restaurantes, centros de diversión, cultura y de­portes, acapara varios enfoques, derivados de su multifuncionalidad social.

España, por ejemplo, discurre entre el consen­so del servicio semipre­sencial con apoyo virtual y el aparatoso disenso so­bre la sostenibilidad fi­nanciera de la educa­ción privada, anclada allí al patrocinio públi­co (“Educación concerta­da”).

Aquí, ahora, las opcio­nes son retadoras. A sus lastres, la enseñanza pú­blica agrega carencia de vías funcionales para contener la expansión vi­ral y el privado las posee parcialmente.

Junto a estas determi­nantes socio-económi­cas, infraestructurales, tecnológicas y docentes de la gestión educativa nacional, el profesor Ful­car enfrenta la necesidad de articular unas relacio­nes con los actores del sistema que incremen­ten en todos, y especial­mente en los docentes, el compromiso con la ca­lidad educativa, actual­mente casi inexistente ante el peso hiperbóli­co de sus insaciables exi­gencias economicistas y anclajes populistas.

Ante los cierre escola­res, Unicef recomienda “planes sólidos para ga­rantizar la continuidad del aprendizaje”. Aquí, el problema no son los pla­nes sino las realidades garantistas de la “educa­ción a distancia”, el “ac­ceso a servicios esencia­les para todos” y niveles de aprendizaje crónica­mente bajos.

Una opción es enfren­tar el desastre, dedican­do la oportunidad que la pandemia abre para do­cumentar y comprender la dimensión disfuncio­nal, a los fines educati­vos, de la entidad recto­ra. No es “hacer leña del árbol caído”; sí de poner punto y aparte entre los párrafos de la historia educativa.

No procede “ir con tó” a lo mismo. Sí empezar a reconstruir el maltre­cho edificio educativo bajo nuevos paradigmas, energías, sinergias y compromisos; alineando sus actores hacia la solu­ción de las carencias pe­rennes y las creadas por el Covid-19.

“Nueva normalidad” educativa sería contener, a la vez, la pandemia y el bajo aprendizaje. En ella caben las propuestas de Unicef, sin minimizar lo utópico de su doceava propuesta: educación di­rigida “a las familias con un programa de atención socio-educativa a distan­cia mientras sea imposi­ble el presencial”, “prio­rizándolas frente a otras actividades laborales, fortaleciendo el enfoque educativo frente al asis­tencial”, pues asistencias múltiples transversan el rendimiento, lo económi­co y lo epidémico.

Decidir, en fin, si en los retos de la gestión edu­cativa de #ElCambio ca­bría aprovechar el “tiempo muerto” que impone el Co­vid-19 para reestructurar y relanzar ese templo a la co­rrupción, la ineficiencia y la baja calidad educativa lla­mado Ministerio de Educa­ción.

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