Pobres
El avance implacable del Covid-19 y el casi colapso del sistema público y privado de salud, han hecho saltar las alarmas de unos ciudadanos generalmente bien informados, pero irresponsablemente acostumbrados a poner el candado sólo después del robo. Algo tan históricamente dominicano, y sin importar condición social o nivel económico.
Los contagios avanzan y crece el miedo, la angustia, la inseguridad, y sobre todo crece la incertidumbre, la orfandad. Joder, ¡Cuánto sufre el pobre!
La pasada semana hubo cinco días consecutivos con más mil nuevos casos de contagio. En los primeros 18 días del mes de julio, hubo once de ellos con más de mil nuevos casos, según reportaba Diario Libre. Entonces, a grandes males, grandes soluciones. O pequeñas acciones ya de todos conocidas y mil veces recomendadas. Y son tres, como las palabras del bolero: Uso constante de mascarilla; frecuente lavado de manos y riguroso distanciamiento social. Por su vida y la de su familia, no creo que sea exigirle demasiado. La cumbre del liderazgo político, social y económico por la salud, que propone este diario, ya debería tener fecha y lugar.
Al drama sanitario, a la tragedia económica, se le suma, despiadado, el drama de la soledad y la distancia de los que más amamos; comenzando por unos padres muy ancianos que uno saluda a lo lejos, como se saludaban aquellos presos políticos de los 12 años, si un teniente nos daba el chance de verlos. ¿Te acuerdas, Roberto?
Esto, de tan grave es desolador. Una cosa es morir de un bicho malo que -de alguna manera es el fruto de nuestra global irresponsabilidad-, y otra muy diferente es morir por abstinencia de cariño. Por ejemplo, hoy, ahora mismo “y a esta hora exactamente”, por no tener, por no sentir, no podemos ya, ni siquiera recibir o dar algo tan elemental y mágico como un abrazo. Sin olvidar que, con la pandemia se ha marchado la posibilidad de robar besos esperados, y cabalgar deshaciendo el amor para que él nos haga, hasta que Dios y la María Magdalena lo permitan, ella, siempre “tan cinco estrellas”.
Estos han sido los cuatros meses más largos de nuestra existencia. Y todavía no se ve el final del túnel. Menos mal que los amigos, menos que los amores bienvenidos, menos mal que los hijos, las Paola de cada cual, o sea, la vida... (y perdón por la redundancia).