FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO
Dime la hora
La gente se vuelve maniática y nerviosa queriendo saber la hora. Generalmente ni ellos mismos saben para qué quieren saber la hora.
Antes era muy frecuente ver personas con un reloj de pulsera e incluso hacían alarde de la marca, del tipo de reloj que llevaban y del material que estaban hechos. Las industrias de los relojes se ha desplomado y solamente quedan algunas personas que todavía se ufanan de llevar ese artículo en la pulsera.
Realmente no se sabe para qué lo llevan, porque si es para ver la hora, todos los teléfonos móviles nos ofrecen esa información. Hasta en las pantallas de la televisión se van generalmente actualizando las horas, los minutos e incluso los segundos .
Desde el tiempo de los relojes de sol ha llovido mucho. Y esos instrumentos que funcionaban de acuerdo al momento en que la luz solar brillaba y la sombra que reflejaba esa luz en una manecilla ofrecía la oportunidad de ubicarse con cierta precisión en el momento del día en que la sociedad estaba desempeñando su actividad usual. Eran instrumentos muy útiles para la sociedad y todavía quedan algunos como muestra del pasado y de la ingeniosidad de ese tipo de ingeniería.
¿Para qué queremos saber la hora? ¿Hay algo de provecho en saber eso? A menos que no sea para regular las actividades diurnas y la finalidad de ser puntuales cosa no muy frecuente entre nosotros ¿Pero para qué queremos saber la hora a no ser que nos dé una ventaja humana y espiritual?
A la Fundadora, con Don Bosco, del Instituto de las hijas de María Auxiliadora, también conocidas como Salesianas, se le acercó una hermana, preocupada por la hora, y le preguntó, qué hora es. Madre Mazzarello no le respondió en el momento, pero ante la insistencia le dijo: “¿Qué hora es? Es la hora de amar a Dios”.
En cada momento de la vida, siempre, y en cualquier lugar y circunstancias, en medio de nuestras actividades diarias, deberíamos preguntarnos qué hora es y sobre todo respondernos a nosotros mismos: Es la hora de amar a Dios, porque esto es lo único que cuenta en la vida; todas las otras cosas son secundarias.