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FE Y ACONTECER

¡No tengan miedo!

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Cardenal Nicolás De Jesús Lépez RodríguezSanto Domingo

XII Domingo del Tiempo Ordinario 21 de junio de 2020 – Ciclo A

a) Del libro del Profeta Jeremías 20, 10-13.

El pasaje del capítulo 20 pertenece a la sección conocida como las “confesiones” de Jeremías. En ellas se nos descubre una desgarradora crisis personal, como resultado de la malquerencia persecutoria de los jefes religiosos y del desprecio del pueblo. Así reaccionaron a su denuncia de la violencia y a su predicción de la destrucción del templo de Jerusalén. Jeremías advertía que sólo el retorno a Yahvé podría impedir la destrucción del reino de Judá y de Jerusalén, la Ciudad Santa. Nos habla de un plan de sus enemigos para eliminarlo, fue perseguido y finalmente deportado a Egipto, donde fue asesinado por sus compatriotas.

La paga del profeta será la incomprensión, la discriminación social, el ridículo público con el mote “pavor-en-torno”, la cárcel e incluso la muerte. Pero súbitamente el tono del texto leído pasa del lamento al canto de victoria y de alabanza a Dios quien, cumpliendo su palabra, está a su lado “como fuerte soldado” y libra la vida del pobre de las manos de los impíos.

b) De la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 5, 12-15.

Continuaremos leyendo la Carta a los Romanos hasta el vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario, el propósito central de esta carta era exponer a la Iglesia en Roma, la noción de las acciones de Dios en favor de su pueblo. En el pasaje propuesto para este duodécimo domingo, San Pablo contrasta la condición humana que resulta de la caída de Adán, antes y después de la Alianza con Moisés, con el estado de gracia que se inauguró con Jesucristo, el nuevo Adán.

c) Del Evangelio de San Mateo 10, 26-33.

Este fragmento del evangelio consta de dos partes fundamentales: las características del seguidor de Jesús, (VV.26-31), y su confesión y testimonio ante los hombres (VV.32-33).

La consigna que por tres veces repite Jesús es: ¡No tengan miedo a los hombres! El discípulo no ha de temer la contradicción, el ridículo, la persecución, ni siquiera la muerte, por la fuerza incontenible del Evangelio, que adquiere transparencia aun en las peores circunstancias. El único miedo saludable es el temor de Dios en cuya mano está la sentencia definitiva, pero este temor religioso no es miedo a un fiscal sino a un Padre, como apunta Jesús al referirse a la providencia de Dios sobre sus hijos. El conocimiento de Dios como Padre es experiencia de amor y fuente de confianza y alegría.

La segunda recomendación de Jesús es que “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. El testimonio de la fe cristiana, el tomar partido por el Evangelio, el dar la cara por Cristo es actitud necesaria y de perenne actualidad. El máximo testimonio (“martirio”, en griego) es dar la vida, pero la confesión de la fe es tarea de todos los días en la vida cotidiana en medio de una sociedad cada vez más secularista y descristianizada. Anunciar y testimoniar el Evangelio es tarea de todos, pues como cristianos participamos de la misión profética y testimonial de Cristo por los sacramentos. Testimoniar la auténtica imagen de Dios según la revelación de Jesús. El remedio que nos ofrece el Evangelio para vencer el miedo se resume en la confianza en Dios, creer en la providencia y en el amor del Padre Celestial.

Ante esta dura realidad que vive el mundo en los momentos actuales, abandonémonos, en las manos misericordiosas del Padre, sigamos las instrucciones de las autoridades y no desafiemos ni violentemos las normas establecidas.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.

B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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