COLABORACIÓN
En el adiós a Ramón Cáceres Troncoso
Ramón Cáceres Troncoso ha sido, sin duda, un personaje extraordinario que ha dejado una huella profunda en su país, en su familia y en sus numerosos amigos. Tuve el privilegio y la fortuna de tratarle asiduamente durante mis años como secretario de la Embajada de España en Santo Domingo, entre 1989 y 1992, años de preparación de la conmemoración del Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos, años en los que la política dominicana, que tanto a él le gustaba y sobre la que tan a menudo conversábamos, estaba dominada por las figuras de Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez.
Don Ramón era el patriarca de la familia Cáceres Troncoso, de gran tradición en el país, una familia que nos acogió -a mí y a mi mujer, a la que conocían desde hacía años- con un afecto sincero y caluroso que nos permitió sentirnos como nuevos miembros de ese numeroso clan.
Son muchas las cosas que me gustaría destacar de Don Ramón, empezando por su amor a su país, al que sirvió con pasión y lealtad.
Miembro del Triunvirato que gobernó el país entre 1963 y 1965, Embajador, Catedrático de Derecho Internacional y prestigioso abogado, estuvo siempre dispuesto a comprometerse con proyectos e instituciones que contribuyeran al progreso y al bienestar de su querida República Dominicana. No sólo en el ámbito gubernamental sino también -y sobre todo- en el de la sociedad civil.
Su amor por su familia. Como tantos de su generación -mis padres entre ellos- Ramón sentía que no había mejor causa por la que luchar y trabajar que la creación y consolidación de la familia. Con su mujer Mati construyó la suya, mientras con sus hermanos Memé, Pilo y Antonio, conservó y fortaleció la herencia que habían recibido y que ahora han transmitido a sus descendientes. Vaya desde aquí mi recuerdo emocionado a todos ellos.
Don Ramón era también un hombre con un excepcional sentido del humor, característica esencial del pueblo dominicano. No existe un país en el mundo con un sentido del humor tan original, acusado e intenso. Lo curioso es que alternaba ese rasgo con una singular sabiduría y madurez.
Hombre sabio y prudente, con capacidad para analizar con sosiego las situaciones y para encontrar la mejor manera de afrontar dificultades y complicaciones. Esa mezcla de ironía y sabiduría, esa facilidad para pasar en un instante de la risa y la broma a la frase sabia y justa era una característica particular suya.
Ramón quería también profundamente a España. Como tantos dominicanos era consciente de que el espíritu nacional de su país se funda en la reivindicación de las comunes raíces hispánicas, en contraposición al origen diferenciado de su vecino Haití. Visitó España en numerosas ocasiones y tanto él como su familia, mantuvieron en todo momento una estrecha relación con la mía, que estamos seguros continuará en el futuro.
Ha fallecido mi padre dominicano. El dolor por su pérdida se mitiga al comprobar que su vida ha sido intensa, rica y fecunda. Una existencia colmada de bendiciones y de cosas buenas. También me consuela saber que mi familia dominicana, Dª Mati, los hermanos, hijos (Món, Ana y Claudia) y sobrinos de D. Ramón, siguen en Santo Domingo, manteniendo viva la llama de esa insigne e ilustre familia, llamada a continuar dando muchos frutos en el presente y en el futuro de la República Dominicana.
Madrid, 6 junio 2020