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COLABORACIÓN

En el adiós a Ramón Cáceres Troncoso

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Jroge Hevia SierraSanto Domingo

Ramón Cáce­res Tronco­so ha sido, sin duda, un personaje extraordinario que ha de­jado una huella profunda en su país, en su familia y en sus numerosos amigos. Tuve el privilegio y la for­tuna de tratarle asidua­mente durante mis años como secretario de la Em­bajada de España en San­to Domingo, entre 1989 y 1992, años de preparación de la conmemoración del Quinto Centenario del En­cuentro de Dos Mundos, años en los que la política dominicana, que tanto a él le gustaba y sobre la que tan a menudo conversába­mos, estaba dominada por las figuras de Joaquín Ba­laguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez.

Don Ramón era el pa­triarca de la familia Cá­ceres Troncoso, de gran tradición en el país, una fa­milia que nos acogió -a mí y a mi mujer, a la que co­nocían desde hacía años- con un afecto sincero y caluroso que nos permi­tió sentirnos como nuevos miembros de ese numero­so clan.

Son muchas las cosas que me gustaría destacar de Don Ramón, empezan­do por su amor a su país, al que sirvió con pasión y lealtad.

Miembro del Triunvi­rato que gobernó el país entre 1963 y 1965, Em­bajador, Catedrático de Derecho Internacional y prestigioso abogado, es­tuvo siempre dispuesto a comprometerse con pro­yectos e instituciones que contribuyeran al progreso y al bienestar de su queri­da República Dominicana. No sólo en el ámbito gu­bernamental sino también -y sobre todo- en el de la sociedad civil.

Su amor por su fami­lia. Como tantos de su ge­neración -mis padres en­tre ellos- Ramón sentía que no había mejor causa por la que luchar y traba­jar que la creación y con­solidación de la familia. Con su mujer Mati cons­truyó la suya, mientras con sus hermanos Memé, Pilo y Antonio, conservó y fortaleció la herencia que habían recibido y que ahora han transmitido a sus descendientes. Va­ya desde aquí mi recuer­do emocionado a todos ellos.

Don Ramón era tam­bién un hombre con un excepcional sentido del humor, característica esencial del pueblo domi­nicano. No existe un país en el mundo con un sen­tido del humor tan origi­nal, acusado e intenso. Lo curioso es que alterna­ba ese rasgo con una sin­gular sabiduría y madu­rez.

Hombre sabio y pru­dente, con capacidad pa­ra analizar con sosiego las situaciones y para en­contrar la mejor manera de afrontar dificultades y complicaciones. Esa mez­cla de ironía y sabiduría, esa facilidad para pasar en un instante de la risa y la broma a la frase sabia y justa era una característi­ca particular suya.

Ramón quería tam­bién profundamente a España. Como tantos dominicanos era cons­ciente de que el espíri­tu nacional de su país se funda en la reivindica­ción de las comunes raí­ces hispánicas, en con­traposición al origen diferenciado de su veci­no Haití. Visitó España en numerosas ocasiones y tanto él como su fami­lia, mantuvieron en to­do momento una estre­cha relación con la mía, que estamos seguros continuará en el futuro.

Ha fallecido mi pa­dre dominicano. El do­lor por su pérdida se mi­tiga al comprobar que su vida ha sido intensa, ri­ca y fecunda. Una exis­tencia colmada de bendi­ciones y de cosas buenas. También me consuela sa­ber que mi familia domi­nicana, Dª Mati, los her­manos, hijos (Món, Ana y Claudia) y sobrinos de D. Ramón, siguen en Santo Domingo, manteniendo viva la llama de esa insig­ne e ilustre familia, lla­mada a continuar dando muchos frutos en el pre­sente y en el futuro de la República Dominicana.

Madrid, 6 junio 2020

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