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PENSANDO

Madre

No solo un día puede ser suficiente para reconocer a una madre.

Debemos valorarla en su justa dimensión y en­tender que su amor es el más sublime, porque la sinceridad con que nos engen­dra en el momento de su entrega, es el producto de una realización que supera todas las metas de alcanzar sus sueños, ya que ninguna de ellas se compara con abrigar la vida de un ser que a su encuen­tro con la luz del mundo, la convierta en una madre.

La sinceridad de una madre nace en su corazón porque la hipocresía y el enga­ño no pueden subsistir en su noble sen­timiento.

El valor que la guía para decir la ver­dad está muy por encima de las banalida­des del disimulo, porque sus sentimien­tos comenzaron en sus entrañas.

La sinceridad de una madre no puede reír en el dolor, ni llorar en la alegría; por eso, más que reconocerla en un día, de­bemos agradecerle toda la vida el mayor regalo que recibimos de la experiencia que precede el dolor, pero nace en la ale­gría de recibirnos para protegernos siem­pre. ¡Madre por siempre!

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