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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

A flechazos limpios

Cuando se tra­baja con mu­chachos hay que inventar de todo y algo más, a fin de entretenerlos y mantenerlos positiva­mente ocupados. Porque se “jartan” de todo, has­ta de los mismos recursos electrónicos que la tecno­logía pone a su alcance, de la cancha de basketball, de la televisión, de los jue­gos de mesa.

Una vez, en medio de esa situación de aburri­miento colectivo y de no saber qué hacer, se me ocurrió organizar una competencia que llamé: “A Flechazos Limpios”. No te asustes; no eran flechas de las que hieren, sino espiri­tuales, que se lanzan y van teledirigidas al corazón de quien tiene el timón y con­trol de la vida.

Se me ocurrió hacer con ellos un concurso de jacu­latorias, con premios y to­do. Y ¡pallá es que vamos! Como era tiempo de Pas­cua y transcurría el mes de mayo, las jaculatorias de­bían dirigirse a Jesús o a María.

Ah, se me pasaba acla­rar qué es una jaculatoria. Lo que más se parece a una jaculatoria es un piropo, no de esos vulgares y rastreros que, a raíz de las demandas por acoso contra las muje­res, han ido desaparecien­do en algunos estractos so­ciales. Los piropos son la elegancia o poesía hecha palabra. Lo dicen todo, sin esperar nada en respues­ta. Son como flechas que se lanzan, esperando que lle­guen al corazón.

Las jaculatorias son co­mo flechazos, piropos, elogios, alabanzas, peti­ciones breves, que se lan­zan al corazón de Jesús o de María. Cada jaculato­ria contiene alma, vida y corazón: es una señal de confianza en el Señor y en su Madre María, ex­presada en forma poética y sin esperar nada a cam­bio, Como cuando le dices a alguien muy querido: te quiero de gratis.

El concurso consistía en dirigirse a Jesús o a María a flechazos limpios, una jaculatoria después de la otra, con las palabras y ex­presiones de amor y con­fianza inventadas desde la propia vivencia de fe.

La hermosura y profundi­dad de los piropos inventa­dos por los muchachos, diri­gidos a flechazos limpios al Señor y a María, fueron de calidad insuperable. Pensé entonces que la gente debe­ría inventar expresiones bo­nitas que lleguen al corazón de los demás y manifiesten su amor y no sus desver­güenzas.

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