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ORLANDO DICE...

Correrse el albur

La aglomeración sería lo de menos si el pasajero se sentara sin abrir la boca e hiciera el trayecto en si­lencio. Pero sería mucho pedir, tanto como peras al olmo.

El dominicano es una chercha, y no es ver­dad que va a cambiar de temperamento por miedo a Los Negros del Ataúd.

Dije que si el gobierno relajaba las me­didas, dejaba las puertas entrejuntas, el co­mercio, la gente y la política se ocuparían de abrirlas por entero.

Una presa puede estar de lo más tranquila, en su justo equilibrio de agua, pero si le cae una llovizna de manera inesperada, se des­borda y no habrá manera de evitar que inun­de sus alrededores.

Las experiencias son muchas y no solo en épocas de tormenta.

Tiempo habrá para ver el efecto de la aper­tura, pero el primer día fue de horror. El coro­navirus montado en OMSA, Metro y Teleféri­co no podía conducir a mejor, sino a peor.

Pero había que probar, correrse los riesgos, porque igual de malo mantener inalterable la actual situación. No hay confinamiento que dure cien años o cuerpo que lo resista.

Los protocolos tienen entre sus virtudes que pueden ignorarse, romperse, sobre to­do cuando se aplican a universos grandes, in­controlables, como la población de una ciu­dad, de un país.

Ahora se tiene que una mayoría se queda­ba en sus casas, no por temor a la pandemia, sino porque no tenía medios de transporte.

No es lo mismo taxi que guagua. Los cho­feres andan con los gritos por el cielo, pero los lloros del pasajero no se resignan. El abuso nunca deja escapar oportunidad, y cuando la tiene a mano, se aprovecha.

Los peligros existen a nivel personal, pe­ro políticamente las expectativas podrían ser ominosas para las autoridades, pues la oposi­ción estará atenta a las derivaciones.

No se les reconocerá prudencia si las cosas transcurren según lo planeado, pero si se les acusará de imprudentes si ocurriese lo con­trario.

Los remos están encima del bote y el resul­tado será el mismo, sea que bogue o no, pues más grave que la embarcación se vuelque.

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