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EL BULEVAR DE LA VIDA

Julio y Bosch en tiempos de la nausea

No son exageraciones, sino vi­vencias. Mientras uno más co­noce la Real Politik más ama a su perro. Como andan las co­sas, lo mejor que se puede ha­cer hoy con la política es literatura.

Tal que hoy, recuerdo a Julio Anguita, líder histórico de Izquierda Unida, primer alcalde comunista de la democracia española, que el pasado viernes viajó al lugar del que no se vuelve por culpa de una corazón cansado de latir, luchar, pensar.

A Julio Anguita, tuve el privilegio de cono­cerlo en unos encuentros que organizaba la Asociación de Corresponsales Extranjeros en España, con el liderazgo político español de entonces.

Como Juan Bosch, era maestro dentro y fuera de las aulas, en la escuela o el partido, era maestro. Pero no solo en esa vocación di­dáctica se parecía Anguita a Bosch, sino tam­bién en la firmeza de sus convicciones -que rozaban la terquedad-, en su sólida forma­ción intelectual, y en la manera en que con­cebía la práctica política, sin hacer diferen­cia entre lo que se dice, lo que se hace y cómo se vive. Por eso vivió, humilde y frugal en su apartamento espartano en su Córdoba, con un estoicismo que heredó de Séneca, su com­pueblano estoico.

Recuerdo ahora la vez que me confirmó que sí, que era cierto que ya jubilado había re­nunciado por escrito a la pensión vitalicia que le correspondía por sus años como parlamen­tario (diputado) porque “con la pensión co­mo maestro tenía suficiente para vivir digna­mente”. Y volvió a sus clases en un instituto de Córdoba, hasta el fin.

Ahora que el Cambalache de Discépolo y el Melesio Morrobel de Freddy han sido su­perados por la realidad, por el alocado, resen­tido y amargado del bar y de la esquina del pueblo, todo un “periodista ciudadano” de las redes sociales que a falta de argumentos solo sabe insultar; ahora, es buen momento para recordar a Julio Anguita. Sus ideas fueron va­liosos aportes, pero más valioso fue el ejem­plo de su vida. De Martí uno aprendió hace ahora mil años, que cuando en una sociedad abundan los hombres sin decoro, siempre na­cen en ella seres excepcionales que tienen en sí, el decoro de muchos hombres. Julio An­guita y Juan Bosch, por ejemplo.

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