FE Y ACONTECER
«Lo reconocieron al partir el pan»

III Domingo de Pascua 26 de abril de 2020 – Ciclo A
a) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 14.22-33.
Había en Jerusalén una gran concentración de peregrinos con motivo de la fiesta de Pentecostés, una de las más importantes del calendario judío y Pedro hace la primera proclamación pública de la Resurrección de Jesús con un discurso directo, valiente y claro. Primero se refiere al Señor sin titubeos y luego les echa en cara el crimen que, ciertamente fue instigado por los sacerdotes y demás miembros del Sanedrín, pero, la masa enardecida aprobó esta maquinación a pesar de la oposición de Pilato.
El discurso de Pedro provocó una reacción: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?”. Es la pregunta que deben hacerse todos los que escuchan el Evangelio. Y él les responde categóricamente: “Conviértanse y háganse bautizar cada uno en el nombre de Jesucristo para que se les perdonen sus pecados y Dios les dará el Espíritu Santo”.
b) De la primera carta del Apóstol San Pedro 1, 17-21.
Al parecer, Pedro trataba de que los gentiles conversos y los judíos convertidos al cristianismo pusieran su confianza en Cristo resucitado, base de su “fe y su esperanza”, el Hijo de Dios Padre que no hace diferencia entre las personas. Aunque los cristianos invoquen a Dios como a su Padre, según la enseñanza del mismo Cristo, han de mantenerse siempre en una actitud de temor reverencial. Al mismo tiempo, no han de olvidar que es un Dios justo, que dará a cada uno según sus obras, sin hacer distinción de personas. La verdadera patria del cristiano está en el cielo. Por eso, ha de trabajar por librarse de todo lo que le pudiera apartar de la meta durante su peregrinación por este mundo. El apóstol recuerda un tercer motivo que ha de incitar a los fieles a la santidad: han sido rescatados con un altísimo precio, “con la preciosa sangre de Cristo, cordero sin mancha ni defecto” (v.20).
c) Del Evangelio de San Lucas 24, 13-35.
Cuando Jesús se acercó a los dos caminantes, éstos no estaban en condición de reconocerlo porque la desilusión les embargaba el ánimo, se sienten tristes y derrotados, no creen en Él ni esperan ya nada. Así se lo exponen al Desconocido que se les ha unido en la marcha.
Con sus palabras Jesús les abre el camino para acceder a la fe en su persona, haciéndoles ver la estrecha relación que hay entre las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento y su cumplimiento en el Nuevo, es decir, en Jesús de Nazaret.
“Partir el pan” es la clave eucarística del encuentro en la fe con Cristo resucitado. Mientras iban de camino a Emaús los dos discípulos no caen en la cuenta de quien les acompaña. Pero una vez que se han hecho amigos y se disponen a cenar juntos, entonces el Señor “sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció” (vv. 30-31). Él desapareció de su vista, sin embargo, aprendieron una lección fundamental, extensiva a todos los cristianos: Cristo resucitado sigue presente entre ellos, en medio de la comunidad, de un manera nueva y cierta, es decir por la fe que nace de su Pan y de su Palabra. Esta nueva presencia de Cristo resucitado en la comunidad de fe es sumamente alentadora para nosotros que no conocimos a Jesús personalmente.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.