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El mundo arrodillado ante China

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Ignacio NovaEspecial para Listín Diario.

Una de las acciones que caracterizan y potencian las capacidades de respuestas de los sistemas de salud es su basamento científico. Implica una atadura metodológica y proactiva, esta última dada como generación y diseminación de habilidades y conocimientos.

Sobre esta base crece una bien estructurada infraestructura de bienes y servicios, suplida por el acopio de saberes, datos, tecnologías, edificaciones y recursos humanos y económicos. Juntos crean, local e internacionalmente, una interdependencia universal.

Para su eficiencia local, estos sistemas, superando el mero parasitismo, se integran en una amplia red generadora de soluciones y conocimientos a favor de la vida y su pleno disfrute.

En esta dimensión práctica, las disciplinas médicas se fraguan y ejercen acumulando información, saberes y habilidades clínicas y, muy especialmente, derivando y ensayando prácticas y soluciones de los conocimientos acopiados por las ciencias. Así se obtienen medicamentos, terapias y tecnologías a favor de la vida, dado su fin esencial: la salud de los individuos y de la colectividad.

Parasitismos sociales: gestión, saber y salud

Una nación o sistema de salud postrados reverentes ante la información, la experiencia y soluciones que aportan otros, denuncia un vínculo atávico en ellas, su dependencia, un robustecido parasitismo.

Ante el Covid-19, una rémora mundial sobre de la salud colectiva ha quedado al desnudo, haciéndose extensiva y constituyéndose en metáfora de otra gorronería de mayor envergadura: la evidenciada en las ostensibles pérdidas de capacidades de las naciones que fuera de China están siendo afectadas por el Covid-19. Muchas no han podido auto suplirse de lo básicamente necesario para enfrentar exitosamente la amenaza actual a la salud colectiva. Otras advierten reservas a muy corto plazo.

Sociología, política, economía y ciencias médicas entran a un escenario conflictuado por un desabastecimiento que revela unas sensibles y dramáticas faltas de garantías sociales. Surgió de la inobservancia y hasta el desprecio de las reglas básicas que las ciencias políticas y económicas consideran de vital importancia, a las cuales otorgan valor determinante de las autonomías consagradas a favor de los sistemas sociales y los estados. En palabras llanas, las garantes de las independencias y las autodeterminaciones de los pueblos.

La erosión de las autodeterminaciones

Ante el Coronavirus de Wuhan, quedó en evidencia la incapacidad de grandes y numerosas naciones para proclamar sus autonomías, en los términos consignados en sus constituciones políticas. Unos fueros entendidos como capacidad interna para enfrentar riesgos sistémicos de envergadura, provenientes del exterior y en cualquier ámbito.

Esta erosiones las ilustran un concepto: ¡terapia! También una imagen las grafica: ¡mascarilla!

Ambas procedentes de China o vinculada a ella de algún modo.

Si saber es poder, la retención de conocimientos lo incrementa.

Si poder es capacidad logística, la exclusividad productiva lo garantiza.

Axiomas simples. Corolarios.

Consecuencias del saldo actual de estas relaciones de poderes el mundo cae bajo una amenaza significativa: el desabastecimiento a corto plazo. Como contra cara de la moneda: el fortalecimiento de la dependencia de los mercados.

Como consecuencia de las acciones permisivas, Estados y naciones atados de pies y manos, incapaces de suplir necesidades en extendidos períodos de contingencia.

Lo previsible más temido: una guerra larga, de desgaste y sufrimiento. Agitación. Inseguridad. Crisis.

La pérdida de capacidad de maniobra en el plano de la supervivencia colectiva en las naciones del mundo denuncia una rotunda falta de previsión en los líderes y gobiernos de todas las naciones. ¿Quién tiene alimentos suficientes para poblaciones que deban ser recluidas largo tiempo?

¿Quién tiene recursos económicos de resguardo para enfrentar una situación de aislamiento colectivo dramático, como sugiere la Organización Mundial de la Salud, con la ciudadanía recluida?

Roturas y redefiniciones de los términos del concordato social se avecinan.

El anclaje económico de la “guerra de narrativas”

Un escenario de tensiones en el que discurre claramente un ensayo a futuro. Las naciones dominantes de Occidente lo aluden bajo la envoltura metafórica de fundamento semiótico-estructuralista “guerra de narrativas”.

El Coronavirus de Wuhan desnuda este escenario y lo lanza sobre la mesa como trozo putrefacto.

Intencional o no, bajo él subyace una advertencia aterradora, aunque por suerte finalmente revelada.

Bajo esa guerra de relatos o de narrativas late la urgencia de recomponer las funciones sociales definitorias del concordato social y los Estados: garantía de supervivencia y seguridad para las personas.

¿Qué nación está en mejores condiciones de perder más vidas sin afectar su sistema ni perder capacidad de desempeño?

Observaciones silentes pese a que late, fuerte y ruidosa, en el meollo de la crisis generada cuasi mundialmente por Covid-19.

Obviamente, las demás naciones del mundo deben estar entendiendo, a estas alturas, el error carísimo de haber desarticulado las industrias locales para trasladarlas a China, por unas monedas miserables y muchas veces corruptas que, en circunstancias como las actuales, alertan a los ricos que no estarán a salvo.

¡Desarticulada la capacidad mundial de producir hasta una mascarilla!

Se trata, además, de millones de empleos transferidos a favor de China, restados a cada nación del planeta.

También, y peor: de la incapacidad de sobrevivir como estados en un marco de concesión de las funciones que realmente posibilitan el desarrollo nacional: la producción, fuente verdadera de riquezas.

“Un paso adelante, dos pasos atrás”

Es la vigencia de los fundamentos de la economía clásica y del marxismo en el meollo de la estrategia de crecimiento del poder chino la que trae a esa nación a la voracidad universal de constituirse en productora mundial única, es decir en la protagonista mundial y exclusiva de la generación de riquezas.

En tanto las demás naciones ataron su “crecimiento” a un eufemismo de fundamento monetarista, el gigante asiático lo vinculó a su capacidad productiva.

El axioma es simple: quien no produce, empobrece. La mano de obra es la que genera la riqueza, lo quiera entender o no el capitalista. Ni el comercio ni la intermediación financiera ni los servicios la crean. El ejemplo está hoy, dramáticamente, a la vista.

Negar a Marx y Adam Smith tan radicalmente, colocar a Keynes en la cúspide de la pirámide de la gestión financiera y métodos económicos de los estados consumistas; la conversión de las industrias en comercios; el desprecio a los trabajadores; la intolerancia ante sus aspiraciones de derechos ciudadanos, mejores condiciones de vida y de trabajo… Todo ha venido a costar caro a esas naciones de cuyos líderes hoy muestran vergüenza los ciudadanos.

Era altamente previsible, para quienes jamás soslayaron las enseñanzas de los economistas clásicos y alemanes, que China se alzaría con el poder mundial. Tenía la más densa mano de obra del planeta y, además, en condiciones de extrema pobreza. Cualquier cosa allí sería mejor.

Y lo ha hecho. Es previsible que siga haciéndolo, es cuestión de tiempo. De prevalecer las mismas penalidades sobre producciones locales, china continuará robusteciéndose. Poder es tomar lo que se puede. ¿Alguien puede mostrar excepciones?

El Covid-19 crea una imagen: la de unas naciones desarrolladas y pobres arrodilladas ante China. Ya no para alimentarse o vestirse, ahora para sobrevivir una pandemia.

Arrodilladas ante una terapia y una mascarilla.

Situación advertida por el Coronavirus.

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