ORLANDO DICE
Estampas del dominicano
Mentes esclarecidas, pero sin pensarlo mucho, aseguran que la cultura del mundo cambiará radicalmente a consecuencia de la actual pandemia. Que habrá un antes y un después, incluso que el después será mejor que el antes. Eso estará por verse, aunque pensándolo bien el dominicano difícilmente mude de ánimo. Claro que ahora se siente afectado e impactado, pero llegado el momento pondrá buena cara al mal tiempo.
Lo suyo en los días que transcurren es sobrevivir, pero no a la enfermedad, sino a las medidas impuestas por el gobierno. El toque de queda es una infamia, y no poder acercarse y hablar de lejos, una necedad.
Solo hay que observar en imágenes que se toman y se suben a las redes, ese juego de gato y el ratones entre pobladores de barrio y agentes policiales. Hay una que es todo un sketch de película muda, en que un vecindario toma fresco en el frente de las casas, se advierte una patrulla motorizada y las mujeres, sabiéndose víctimas potenciales de represión, huyen a guardarse.
Los uniformados, peores que ellas, al no poder apresarlas, se llevan las sillas que dejaron abandonadas, como si estas tuvieran culpas. Si eso no es relajo, retozo, diversión ¿qué podría serlo?
Los políticos no se quedan a menos. No toman el sol, aun cuando se recomienda para que el organismo genere su propia vitamina D, necesaria para enfrentar la enfermedad, pero se dejan seducir por la farándula. Comparecen a los programas de espectáculo y se prestan al choteo ante una gran teleaudiencia. Leonel Fernández confesó que no sabe freír un huevo, una de las tareas culinarias más difíciles del mundo.
Luis Abinader accedió a darse un beso casto con su esposa Raquel, como las comedias de Hollywood de los años cincuenta. Cuentan que les quedó bonito y que son una pareja ideal.
Gonzalo Castillo escurrió el bulto, dicen, pero violó el toque de queda yendo al aeropuerto a recibir unos materiales médicos que llegaban de China.