ORLANDO DICE
Las experiencias
Los pobladores de un barrio de un país de América del Sur, cuyo nombre no recuerdo ahora, se lanzaron a las calles a protestar, a pesar del confinamiento. Fue en reacción a lo decidido por las autoridades de entregar la canasta de productos básicos a contadas familias y no a todas, como era lo justo. El hambre no discrimina y se desespera fácilmente. Ese aspecto de la crisis, hay que reconocerlo, el gobierno dominicano lo maneja con sensibilidad social, inteligencia emocional y habilidad política.
Además de la costumbre.
No es lo mismo que la gente viole el toque de queda porque le da la gana, o no le gusta estar adentro de la casa, o quiere ponérsela difícil a la patrulla, a que se subleve porque no tiene qué comer. Una crisis de hambre no lo aguanta ningún gobierno. La masiva afluencia a bancos y a supermercados del pasado lunes lo dice todo.
Lo sucedido en El Salvador completa el cuadro. Si Dios no provee, y el gobierno tampoco, la población baja tiene que salir a buscársela. Ese segmento es que asalta la Bastilla y desencadena situaciones que se salen de control. Mantenerlo tranquilo es forma de evitar una revuelta. Como la moneda tiene dos caras, la otra cara es que la oposición ve las manchas de la luna y denuncia el uso político de esos repartos. Ese sería un daño colateral consciente y difícil de neutralizar, pues –como dice el refrán– el que reparte y reparte se queda con una parte. Esa parte sería la política. ¿Qué hacer, pues? ¿Suspender los programas sociales, establecidos desde mucho antes de la pandemia, para que la oposición no diga y el gobierno no tome gabela?
El remedio sería peor que la enfermedad, pues se corre el riesgo de la peste del hambre, y este no sería el momento más apropiado para probar métodos de control social que se saben de antemano fallidos. Teresa de Calcuta aconsejaba dar hasta que doliera, y el gobierno da sin que le duela, pero no dar provocaría un mayor dolor.