EL CORRER DE LOS DIAS
Coronavirus, la otra guerra
El coronavirus acecha y contagia todo cuanto se mueve, pero también su fuerza viral parece tener más voluntad que nuestro deseo de vencerlo. En tal sentido la depresión, la desconfianza, y el sueño se convierten en sus colaboradores. El alma que desciende a la desesperación es la mayor enemiga del ser humano, y lo es la mente, creadora de materia prima imaginaria y decadente, colaboradora más eficaz de lo que podría convertirse en un desastre psicológico a la vez que epidemiológico. La voluntad crecida contra el virus es el secreto del éxito. La unidad nacional, el olvido del partidismo, es sin dudas parte del secreto. El abandono de las banderías y de las promociones insanas, un punto clave. Sabemos que el virus se asienta en las palabras y en interjecciones, en los saludos, en los abrazos, en los celulares donde puede alojarse, en los carraspeos, en glándulas, respiros y moléculas aéreas y salivales, lo mismo que en el pulmón que ganoso del alojamiento de enfermedades virales, es un órgano aspirante e impelente que al darnos la vida, en ocasiones puede insuflarnos la muerte.
Se habla de vacunas, pero la vacuna solo tiene efecto cuando la prueba biológica demuestra su efecto positivo, y hay que nutrirse de espera, o cuando también el cuerpo, por su aislamiento impide que “el veneno, con alas satánicas” vuele y se aposente en las superficies que alojan manos viejas, corazones enfermos, ojerizas, sudores, lágrimas creadas por la debilidad que se asienta en la diabetes corruptora, y escupitajos de quienes creyéndose inmunes al más allá, han arribado a la convicción de que son almas “victoriosas” que atraviesan los espacios sin las mascarillas.
El Presidente de México, López Obrador, no sé hasta dónde católico practicante, no hace diferencia entre los escapularios que lo protegen y la frase bíblica en la que se pide la acción humana en coordinación con otras, cuando evita u olvida el más correcto consejo: “ayúdate, que yo te ayudaré”. Sin la propia voluntad, sin la autodefensa que vive o debe germinar en cada ser viviente es imposible el triunfo. Vale la pena pensar que podemos ser una voluntad fragmentaria que se puede fusionar en fuerza totalizante, contando con la inteligencia y el consejo de quienes conocen las enfermedades y tienen una conciencia universal de que la ciencia misma, con unidad volitiva, ha vencido en ocasiones a la naturaleza cuando ésta parece equivocarse. Vale mucho leer el ensayo de nuestro historiador Frank Moya Pons sobre la influenza española de 1918, buen modelo de como cierto virus parecido al que hoy nos agrede, se propaló sobre el país casi cien años antes, como si el cierre de los “centenios” fuese una fecha escogida por un más allá impredecible y desconocido.