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EL CORRER DE LOS DIAS

Coronavirus, la otra guerra

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

El coronavi­rus acecha y contagia to­do cuanto se mueve, pe­ro también su fuerza vi­ral parece tener más vo­luntad que nuestro deseo de vencerlo. En tal senti­do la depresión, la des­confianza, y el sueño se convierten en sus cola­boradores. El alma que desciende a la desespera­ción es la mayor enemiga del ser humano, y lo es la mente, creadora de ma­teria prima imaginaria y decadente, colaborado­ra más eficaz de lo que podría convertirse en un desastre psicológico a la vez que epidemiológico. La voluntad crecida con­tra el virus es el secreto del éxito. La unidad na­cional, el olvido del parti­dismo, es sin dudas parte del secreto. El abando­no de las banderías y de las promociones insanas, un punto clave. Sabemos que el virus se asienta en las palabras y en inter­jecciones, en los saludos, en los abrazos, en los ce­lulares donde puede alo­jarse, en los carraspeos, en glándulas, respiros y moléculas aéreas y sali­vales, lo mismo que en el pulmón que ganoso del alojamiento de enferme­dades virales, es un órga­no aspirante e impelente que al darnos la vida, en ocasiones puede insuflar­nos la muerte.

Se habla de vacunas, pero la vacuna solo tie­ne efecto cuando la prue­ba biológica demues­tra su efecto positivo, y hay que nutrirse de es­pera, o cuando también el cuerpo, por su aisla­miento impide que “el veneno, con alas satáni­cas” vuele y se aposente en las superficies que alo­jan manos viejas, corazo­nes enfermos, ojerizas, sudores, lágrimas crea­das por la debilidad que se asienta en la diabetes corruptora, y escupitajos de quienes creyéndose inmunes al más allá, han arribado a la convicción de que son almas “victo­riosas” que atraviesan los espacios sin las mascari­llas.

El Presidente de Méxi­co, López Obrador, no sé hasta dónde católico prac­ticante, no hace diferencia entre los escapularios que lo protegen y la frase bí­blica en la que se pide la acción humana en coor­dinación con otras, cuan­do evita u olvida el más correcto consejo: “ayú­date, que yo te ayudaré”. Sin la propia voluntad, sin la autodefensa que vi­ve o debe germinar en ca­da ser viviente es imposi­ble el triunfo. Vale la pena pensar que podemos ser una voluntad fragmenta­ria que se puede fusionar en fuerza totalizante, con­tando con la inteligencia y el consejo de quienes co­nocen las enfermedades y tienen una conciencia uni­versal de que la ciencia misma, con unidad voliti­va, ha vencido en ocasio­nes a la naturaleza cuando ésta parece equivocarse. Vale mucho leer el ensa­yo de nuestro historiador Frank Moya Pons sobre la influenza española de 1918, buen modelo de co­mo cierto virus parecido al que hoy nos agrede, se propaló sobre el país ca­si cien años antes, como si el cierre de los “cente­nios” fuese una fecha es­cogida por un más allá impredecible y descono­cido.

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