ORLANDO DICE
Quehacer humano en coronavirus
El mejor chiste de karaoke es del canta malo que al ver la indiferencia vocea: “O aplauden o sigo cantando”, y el bar se asusta y todos aplauden.
El bar está cerrado y a todos se permite cantar, pues lo hace para sí mismo y para la familia, si no es que los parientes abandonan la sala y se refugian en habitaciones.
Aunque el coronavirus (algo bueno debía tener) despierta talento, el ocio se inspira y de esa fragua salen canciones cuya armonía y letras sacuden el ánimo del encerrado. Enaltecen el espíritu, ya que hablan de la bondad de Dios, de la humanidad que no desespera, y llaman a la solidaridad en tiempos de desgracia.
Cada cual se recoge a su manera (los que se recogen), y al que no le da con la música, busca La Palabra, y lo que importa es el consuelo.
No es la primera peste, ni el único sufrimiento, y desde que el hombre y la mujer abandonaron el Paraíso supieron que no serían felices todos los días de sus vidas.
Y no solo por el pecado original, sino por lo original de los demás pecados.
Los desaprensivos asombran, pero no sorprenden, y su impronta no supera los prudentes, los mansos, los que poseerán la tierra.
No todo es admirable, difícil la convivencia, imposible el consenso, pero – como quiera – el gobierno empuja la carreta y encuentra – en parte – comprensión en los bueyes de la oposición. Con sutileza, pero igual, se juega a la política, e inexplicablemente gobierno y oposición se guían por el mismo manual.
Quique Antún quería que el gobierno se sometiera al rigor que impone, y mandara a los empleados públicos para sus casas. El gobierno acoge en parte la recomendación.
Leonel Fernández plantea que se fabriquen en zonas francas los insumos de salud y el Ministerio de Defensa dispuso que sus escuelas laborales suplieran esos materiales.
Faltaría saber quién leyó la mente a quién, pero lo importante es que aplican el mismo librito. La inteligencia emocional provee.