Ansiedad inocultable

La ansiedad se ha propagado como una peste en el mun­do de hoy. Infinidad de per­sonas son presas de ese es­tado de inquietud, zozobra, temor y desasosiego que incita un he­cho futuro o incierto. Se origina en la mente ante un peligro indeterminado o inminente, acompañado de un senti­miento de inseguridad. ¿Remedio?

“Echad toda vuestra ansiedad”, preocu­paciones personales, angustias familiares, congoja por el presente, intranquilidad por el futuro, por nosotros, por los demás… echadlo todo sobre Dios. Son cargas one­rosas, y delatan desconfianza e increduli­dad. Cuando torturan y distraen la mente, nos impiden vivir en paz.

Los creyentes ponen en la poderosa mano del Señor toda su incertidumbre, todo miedo o aprehensión, y confían en la sabiduría de Aquel que dispone lo que ha de permitir o hacer con cada persona, familia o nación, según Su vo­luntad soberana, la que opera siempre para el bien de los que le aman.

“Echando toda vuestra ansiedad so­bre él (Dios), porque él tiene cuidado de vosotros” (1Pedro 5:7).