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EL CORRER DE LOS DÍAS

Manuel del Cabral, poeta de la patria

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

(Para Pegui, Amanda y Alejandro) I

El día 7 de marzo de 2020, Manuel del Cabral, cumpliría años de nuevo. Su voz, tan lírica como épica, sigue resultando la del vate de más difícil clasificación, porque cabalgando siempre en la metáfora, hizo de la misma un verdadero palimpsesto, un Pegaso volador, o una alfombra mágica que es la de un habla particular con la que se enfrentó en verso y prosa muy propias tanto a la ruralidad, como a la cotidianidad citadina, domeñando al través de imágenes refulgentes, insospechadas, la materia prima de muchas razones raciales que elevaron el idioma espiritual de nuestra tierra.

Cabral es uno de los poetas de mayor expresividad, la variedad de su temática, y el desarrollo de su mundo poético, van desde lo típicamente dominicano, (ver su libro Pilón, 1935) hasta lo antillano donde lo racial, manejando la visión de una sociedad en transición se hace patente en sus “poemas negros”.

Cabral habló desde el mundo de las voces “blancas”, como las de Camín, Ballagas, Hernández Franco y Pales Matos, comprometido con la coyuntura de la raza como parte de un descubrimiento a la vez que antillano histórico en la poesía regional de América, donde ya en 1925 Nicolas Guillén abría las puertas para que “lo negroide” cruzara las fronteras de una literatura que se tornaría también, justicieramente expresión de “voces blancas”¨ en la cual los poetas citados, menos del pionero Guillén, observaban al negro, lo describían y lo sufrían, siempre viendo el mismo con mirada exterior, descriptiva, mientras la de Guillén, por cuerpo propio y herencia africana, era como un retorno al ancestro. Con ello la “mulatidad” entraba a formar parte de una nueva literatura.

La poesía de Cabral tomó desde el principio rumbos diferentes en el quehacer poético nacional, cuando sus metáforas llegaron a su libro “Chinchina busca el tiempo”, texto luminoso dedicado a su hija Amanda, con el que se asoma a la poesía narrativa, y remonta la palabra hacia el sueño de una experiencia que tiene contactos con el “Platero y yo” de Juan Ramón Jimenes. Con su “Antología Tierra”, luego de una trayectoria poética tan variada como excepcional, recibe un bautismo de la lengua española cuando Gerardo Diego, poeta también de dimensiones universales, la presenta en Madrid su Antología Tierra, como publicación del Instituto de Cultura Hispánica y luego sus poemas se difunden en España con la antología Nueva Poesía Dominicana del crítico Antonio Fernández Spencer, poeta laureado en 1952 con el Premio Adonais. Aunque aquello fuera un logro culminante de la lengua, Cabral siguió produciendo, confirmando la gala de un idioma mágico donde la realidad y el sueño se abrazan cariñosamente. Cuando fallece en 1999, sus títulos alcanzan más de medio centenar, y su poema de mayor difusión y hondura, Compadre Mon, recorre los caminos antológicos de América, en el mismo potro que el Martín Fierro de José Hernández.

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