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ORLANDO DICE

Dos meses atrás

Las 24 horas de que habla la candi­data vicepresidencial Raquel Peña, del tiempo que llevó su escogencia, se corresponde con la verdad, pero a medias.

Ella sabía desde hace cerca de dos meses que estaba siendo considerada y – en cierto modo -- había dado consentimiento.

Lo supo a través de Ito Bisonó, con quien tiene vínculos de amistad de muchos años, incluso en­tre sus mejores amigas se cuenta Chabela León, su esposa.

Aunque Bisonó fue medido, y con buenos re­sultados, quedando segundo o tercero en el or­den, sabía que Abinader andaba buscando una mujer.

Una mujer fuerte que -- como dice la biblia -- es más valiosa que las perlas. La seleccionada cu­bre todos los renglones y llena todas las expec­tativas.

Menos la popularidad, pues no pertenece a la farándula, no carpetea en los medios, ni consu­me su ociosidad en las redes.

La relación con Abinader no es de ahora, este la conoce desde pequeño, ya que ella era vecina de una tía suya en Santiago.

Además de que habían compartido de mane­ra informal en varias ocasiones. Había conoci­miento personal y conocía sus antecedentes po­líticos.

Hija de Leocadio Peña, un reconocido taba­quero de la zona, pero también un estrecho ami­go de Hipólito Mejía. Una relación que se inició en la época que el expresidente dirigió el Institu­to del Tabaco.

Mejía se había adelantado a los acontecimien­tos y declaró que aceptaba, aprobaba y apoyaba la decisión que Abinader tomara. Claro, sabía lo que venía, y lo que venía era de su agrado.

Era casi como una hija. El padre, el amigo, también había colaborado con su administra­ción, dirigiendo el patronato del hospital Cabral y Báez.

Cuenta un orejas largas que Mejía le dijo a Abinader: ¿Qué es lo que tú estás comiendo úl­timamente que aciertas? Se diría que unas de las conocidas salidas del personaje, pero debe verse lo principal: una coincidencia, un consenso es­tratégico, que – por demás -- tampoco se discu­tió.

Las fábulas siguen a mil, inventando discor­dias. Mejía – sin embargo -- es un toro, y co­mo toro debe cuidarse, aunque en ocasiones se comporta como novillo.

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