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EL DEDO EN EL GATILLO

Yo soy esto que soy: un simple trovador que canta

Siempre admiré la vocación de Carlos Puebla, su madera de artista popular. Era una persona reservada. Se sabía muy poco de él y no alardeaba de su condición profesional. Aprendió música escuchando a escondidas las clases a su hermano porque su familia no tenía recursos para inventir en ambos a la vez.

Me distinguió con su amistad y siempre le agradeceré su saludo cordial y deferencia.

Nicolás Guillén lo quería como un hermano. Siempre que visitaba la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Puebla debía pasar por su oficina “a tomarse un cafecito”.

Nicolás lo redescubrió en la Bodeguita del Medio. Allí iba a cantar de gratis al mediodía, a cambio de un plato de comida, o como él mismo decía, “con la barriga llena y el corazón contento”.

Siempre lo vi con una sonrisa en el rostro, en busca de pretextos para iniciar conversaciones con sus buenos amigos. No sé si me consideró o no si amigo. Solo puedo hablar de su deferencia cuando se refería a mi persona en tono socarrón:

-Beiro, el gallego cubano –su acostumbrado sentido del humor salía a relucir.

Le agradecí poner en mis manos el manuscrito de su libro, una amplia selección de letras sus canciones. Le pedí anonimato en la mancheta por razones obvias. Al cumplir este deseo, me dio otra prueba de consideración.

Lo respeté como músico. A Carlos Puebla hay que ubicarlo en su contexto, con independencia de su ideología. Algunos lo miraban de reojo por el ingenioso sentido del humor de algunas letras de sus guarachas. Siempre lo imaginé como esos juglares españoles de los siglos XV y XVII que, vihuela en ristre, recorrían las comarcas en busca de un espacio dentro de las cortes, después de vaciar de risas las tabernas. Pero a diferencia de aquellos trovadores, Carlos Puebla nunca fue un lambón. Era un simple trovador, un hombre humilde, convencido de la eficacia de un sistema social. Tenía la catadura del auténtico artista popular.

Por los años cincuenta le regaló al cancionero cubano algunas piezas inolvidables como “Quiero estar contigo”, “Cuenta conmigo” y “Hay que decir adiós”, entre otras muchas.

Poco después del triunfo de la Revolución, con su grupo “Los tradicionales”, le quitó el doble sentido jaranero a la guaracha cubana y le añadió su reverencia al sistema. Una de estas composiciones se encuentra entre mis preferidas: “Si no fuera por Emiliana”. Toda Cuba aplaudió esta impronta musical. Además, algunas cuartetas de su “Canto al Che Guevara” superaron las loas oportunistas de ciertos poetas conversacionales de entonces.

Dicen que Fidel Castro lo quería mucho. En realidad, el ex presidente cubano distinguía a todo aquel que lo elogiara, ya fuera trovador, político, poeta o cazador de fortunas. Y aunque nunca lo vi vistiendo trajes de de seda, delante de mí, jamás habló del “Comandante en Jefe”. Cuando se le preguntaba el tema, salía con una de sus tantas ocurrencias.

Carlos Puebla murió con la llegada de la Perestroika. No sufrió por la caída del corrupto imperio ruso, sino por una falla en su corazón al saberse sin una de sus piernas, cercenada por la cangrena, un final muy parecido al de su hermano Nicolás Guillén, con quien, de vez en cuando, iba a tormarse un cafecito en su despacho de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

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