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MIRANDO POR EL RETROVISOR

La OEA necesita reencontrarse

El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, muy presto a condenar a gobiernos con perfil de izquierda, a los que acusa de “violadores de los derechos humanos”, suele guardar un silencio cómplice cuando se trata de aquellas naciones con presidentes de derecha que han permitido violaciones groseras a los derechos más elementales consagrados en la carta del organismo hemisférico que malamente dirige.

En los primeros días del presente año fueron asesinados cerca de 21 líderes sociales en Colombia, a razón de uno por día. Es una oleada de violencia que parece no tener límites y se verifica desde hace varios años.

La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, al declararse profundamente preocupada por esa realidad, contabilizó el año pasado 107 líderes asesinados, aunque la Defensoría del Pueblo de Colombia reportó 118 en ese periodo.

Tan evidente ha sido estos asesinatos que el periódico inglés “The Guardian” calificó a Colombia como “la nación más sangrienta” contra los defensores de derechos humanos. Pero Almagro ni siquiera parece estar enterado. Claro, allí gobierna Iván Duque, un aliado en sus planes de usar la OEA para desestabilizar al gobierno de Venezuela, al que sí acusa constantemente de ser un violador de los derechos de los ciudadanos.

En noviembre del año pasado, en un extenso reportaje, el diario BBC Mundo reveló que durante protestas en Chile 23 personas murieron y cerca de 2,500 resultaron heridas, incluidas 400 con lesiones por disparos de balas de goma o perdigones. El Colegio Médico Chileno y la Sociedad Chilena de Oftalmología, según el medio, alertaron que durante las primeras dos semanas de protestas casi 180 personas sufrieron una lesión severa en uno de sus ojos. El 60% padeció una disminución severa de la visión y casi 30% quedó completamente ciega de un ojo.

A Almagro tampoco eso le importa, pues en Chile gobierna el también derechista Sebastián Piñera, otro aliado en sus planes para desestabilizar a gobiernos que han defendido su derecho a la autodeterminación y a exigir respeto a su soberanía.

Ese mismo Almagro que llama “dictadores” y “burros” a presidentes que rechazan su intromisión en los asuntos internos de sus países, a lo que tienen todo el derecho, reconoce a Juan Guaidó como presidente “legítimo” de Venezuela, sin que nadie depositara un voto por él para ese cargo.

Pero también se apresuró a endosar el gobierno de Jeanine Áñez, en Bolivia, fruto de un golpe de Estado disimulado con tintes de constitucional contra el gobierno de Evo Morales.

El secretario general de la OEA llegó a plantear en una reunión del Consejo Permanente del organismo hemisférico que en Bolivia lo que hubo fue un “autogolpe” perpetrado por el fraude en las elecciones del 20 de octubre del año pasado. Vaya argumento para justificar una violación tan burda a la democracia que tanto jura defender.

Almagro fue elegido secretario general de la OEA el 18 de marzo de 2015, con el apoyo de 33 de los 34 Estados miembros del organismo, cargo que asumió con el compromiso de acercar la entidad a la nueva realidad de la región, pero en su ejercicio su principal atención ha sido Venezuela, especialmente facilitar el derrocamiento del presidente chavista Nicolás Maduro.

Piensa que el éxito de su desafortunada gestión en la OEA está en alcanzar esa meta, para lo que aspira a reelegirse en la posición en las elecciones programas para el 20 de marzo de 2020.

Es lo peor que podría pasarle a un organismo digno de mejor suerte, sumido en el descrédito por el abogado y político uruguayo, quien será tristemente recordado por sus posiciones tan parciales y genuflexas con países que solo piensan en sus intereses al momento de aplicar sanciones a las naciones que se oponen a sus políticas interventoras.

Una victoria de la excanciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa en la OEA, no solo significaría la llegada de una mujer a la Secretaría General de ese ente, sino que daría un poco de oxígeno a la organización, ahora mismo colocada en una pendiente resbalosa por la sectaria gestión de Almagro.

La OEA necesita reencontrarse con sus orígenes. Y con Almagro será imposible.

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