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EL BULEVAR DE LA VIDA

París bien vale una misa...

Tal que, aquí estamos, como en 1994, en medio de una crisis política que, si no se enfrenta con mano firme, corazón caliente y cabeza fría, podría dar al traste con lo que hemos avanzado, desde aquellos días terribles hasta ayer.

Comencemos por decir que la crisis es fundamentalmente de confianza, o más correctamente de desconfianza entre los actores políticos, y de todos ellos hacia la JCE, lo que significa que, retirado ya de sus afanes el mediador por excelencia de las querellas nacionales que es mi dilecto Monseñor Agripino, los dominicanos nos hemos quedado sin árbitro, como a veces los amores se quedan sin luz, y llegan las sombras.

Entonces, es el momento de dialogar o estar dispuestos a saludar a la anarquía en la que, como se sabe, nunca hay vencedores. Si quieren, pueden llevar pañuelos a la mesa y cubrirse la nariz. Con el pretexto del coronavirus, pueden negarse a dar la mano al adversario, pero hay que dialogar, muy señores míos, con la mediación de la OEA y su misión de observadores, con los dos embajadores imperiales como testigos de excepción, si fuera necesario, pero hay que negociar. El PLD, el PRM y LFP deben enterrar momentáneamente sus hachas de guerra electoral, entre otras razones, porque son ellos los que tienen posibilidades de ganar y, por lo mismo, mucho más qué perder.

De ese diálogo debe salir un acuerdo que dé respuestas a tantas preguntas que esta crisis ha traído. Por ejemplo, si desde la noche anterior se conocía el problema tecnológico de la no subida a pantalla de la foto de todos los candidatos participantes, ¿por qué en la reunión de las cinco de la mañana del domingo, -sin tener solucionado el problema-, a las siete se emitió el boletín cero que dio inicio formal al proceso electoral?

Uno se queja mucho de unos políticos que siempre tienen un problema para cada solución, pero ahora el asunto es peor, pues resulta que cuando la democracia dominicana se sabía todas las respuestas, alguien electoralmente hablando, le ha cambiado todas las preguntas... y puede llegar el infierno.

Si “París bien vale una misa”, la paz social del único país donde no somos extranjeros, bien vale un acuerdo que, incluso, si fuera malo, siempre será preferible al mejor de los pleitos.

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