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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Aprender a perder en política

El exalcalde Pete Buttigieg derrotó por un ínfimo margen al senador Bernie Sanders en los caucus demócratas de Iowa, luego de un recuento de votos que se extendió por tres días.

Según los resultados ofrecidos por las autoridades del Partido Demócrata el pasado jueves, Buttigieg logró 26.2% y Sanders 26.1%, lo que le permitió obtener 564 delegados estatales frente a los 562 del senador por Vermont.

El triunfo de Buttigieg fue posible pese a que Sanders logró una mayor cantidad de sufragios, 45,826 frente a 43,195.

Un "error de código" en la aplicación empleada para recoger el recuento de los caucus demócratas en Iowa provocó un retraso en la publicación de los resultados.

En medio de ese retraso, el presidente de Partido Demócrata en Iowa, Troy Price, explicó que mientras la aplicación guardaba los datos acertadamente, solamente reportaba una parte, lo que atribuyó a un error de código en el sistema de información que posteriormente fue identificado y solucionado.

Pese a la diferencia tan mínima entre los candidatos punteros y en medio de los cuestionamientos por el retraso en la entrega de los resultados, ninguno de los aspirantes alegó fraude ni tampoco se argumentó que ese error de código alteró la voluntad de los electores.

Al día siguiente ya los candidatos demócratas tenían sus esfuerzos concentrados en New Hampshire, donde procuran obtener los 24 delegados que se reparten proporcionalmente entre los ganadores y otros nueve llamados “súper delegados”, unos funcionarios electos que se reservaban un sexto de los votos en la convención nacional del partido.

Esa actitud de los aspirantes y líderes demócratas es un claro ejemplo de madurez política y de respeto a la institucionalidad.

Simplemente pasaron la engorrosa página del caucus en Iowa y de inmediato se concentraron en los debates de cara a la consulta de New Hampshire, afinando las propuestas que presentarán a los electores de ese Estado norteamericano.

Imagínense un escenario en República Dominicana similar al caucus de Iowa. Creo que hubiesen aflorado sin dilación las denuncias sobre la ilegalidad del proceso, los cuestionamientos a las autoridades organizadoras y los alegatos de fraude.

En República Dominicana, a siete días de las elecciones municipales que podrían convertirse en un termómetro para las presidenciales y legislativas de mayo del presente año, todavía hay candidatos que concentran sus esfuerzos en atacar al árbitro del proceso y a cuestionar las primarias simultáneas celebradas en octubre del pasado año.

Los próximos comicios municipales serán bastante complejos y su escrutinio por igual. Un total de 16,498 colegios electorales habilitados en 4,324 recintos, para la elección de 158 alcaldes e igual número de vicealcaldes, 1,164 regidores y sus suplentes, 235 directores e igual cantidad de subdirectores de distritos municipales y 735 vocales, para una cantidad de 3,849 cargos en juego.

Conociendo la idiosincrasia del político dominicano y esa incapacidad de reconocer la derrota en cualquier escenario, no dudamos que todavía en pleno mes de abril, a un mes de las elecciones presidenciales y legislativas, estemos inmersos en las rebatiñas, alegatos y denuncias de irregularidades y fraudes, especialmente de aquellos candidatos que no han hecho nada para cautivar a los electores con sus propuestas y programas de gobierno municipal.

En un momento en que todos los cañones apuntan a descalificar a la Junta Central Electoral (JCE) y a poner en dudas su imparcialidad como organizador de los venideros comicios, perdemos de vista que también el liderazgo político carga sobre sus hombros el enorme peso de, con su comportamiento, revestir de credibilidad los procesos electorales de febrero y mayo de este año.

La opción “perder” parece desterrada de la mente del político dominicano. Y la del fraude siempre está a la mano para justificarse ante sus electores.

Penoso espectáculo que se repite en cada proceso electoral, sin importar que se aspire a un insignificante puesto de director de distrito municipal o a la más encumbrada posición del Estado.

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