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ORLANDO DICE

El pasado toca la puerta

Es mucha la historia que se pierde, que se muere por la pereza de sus protagonistas que se niegan a convertirse en autores y registrarla para la posteridad.

Merece saludarse por tanto todo libro de memorias, y más si se refiere a hechos cercanos o recientes, todavía vivos los participantes.

Las de monseñor Agripino Núñez Collado, por ejemplo, que acaban de ser publicadas con el aval del director del Archivo Nacional, historiador de méritos y entre los consagrados.

La verdad que no se conocía en detalles la vida eclesiástica de un personaje singular y a quien se le puede llamar simplemente Agripino.

Tampoco las intimidades de la fundación y desarrollo de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, mejor conocida y apreciada como Puncamaima. En Ahora que Puedo Contarlo...hace una narración reveladora de que como esfuerzos de prestantes hombres de Santiago y del país, colocados unos encima de otros como si fueran ladrillos, permitieron esa esplendida obra. Aunque la actuación que fascina, o que por lo menos sirve para reseñas de periódicos, es la de mediador político. Ese haber sido llave para dar salida más o menos satisfactoria a conflictos de riesgos, a situaciones de peligro.

Vino viejo, pero que puesto en odres nuevos, o visto desde dentro, o en la perspectiva de su añejamiento, produce un sabor amargo.

El político dominicano sigue siendo el mismo, no se supera y siempre dispuesto a incurrir en las mismas insensateces, en resbalar o empujarse por sí y entre sí, como si ser o parecerse a Sísifo fuera una virtud. Ayer José Francisco Peña Gómez y Jacobo Majluta, o Peña Gómez y Joaquín Balaguer, o reforma constitucional, o Junta Central Electoral. Hoy Leonel Fernández y Danilo Medina, y reforma constitucional, y Junta Central Electoral, creando un panorama que da grima a los sectores que se dejan sugestionar. Igual como sucedió en el pasado, solo que ese mismo pasado, ya historia, ahora memorias, recuerda o trae a colación los posibles bajaderos.

El político dominicano gusta ponerse al borde del abismo, pero después se asusta y el abismo desaparece.

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