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EL DEDO EN EL GATILLO

Quiero escribir pero me sale espuma

Mi inicio en el periodismo no sucedió por extrapolación. Fue a través un periódico estudiantil que fundé, dirigí, redacté e imprimí mimeografiado cuando era un flamante miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas y estudiante de Primer Curso de Licenciatura en Ciencias Jurídicas en la Universidad de La Habana.

Lo titulé “El Leguleyo”, y su grosor era de ocho cuartillas de 8.5 por 13. El contenido era muy peculiar: informaciones, inquietudes de juventud, deberes y derechos estudiantiles, vida universitaria y una sección de entretenimiento donde a veces nos burlábamos de nosotros mismos. Su tirada era de 50 ejemplares y circulaba, de mano en mano, en la Facultad de Derecho y otras escuelas de la misma Plaza Universitaria.

Tenía entonces 21 años, y pretendía ser escritor, no periodista. Pero la vida entonces me llevó también por caminos extraliterarios. No recuerdo la periodicidad de su salida, ni cuántos números se publicaron. Todavía en mi tercer año de estudios, andaba distribuyendo “El Leguleyo” en la Facultad de Humanidades. Como la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) no me suministraba los recursos ni la impresión, buscaba el papel de impresión y las hojas de mimeógrafo donde realizaba la pasantía.

Una de las secciones más aceptadas era la adaptación, en broma, del título de los estrenos de la época a las características de mis compañeros. Películas como “El Llanero Solitario”, “La bella y la bestia”, “Fantomas se desencadena” y “Hara Kiri” fueron algunas referencias cinematográficas que retrataban la externidad de quienes estudiaban conmigo la carrera de abogacía.

Una de las referencias más aplaudidas fue un título que retrató a dos amigos muy peculiares: Julio Hernández y Pablo Llabre. El primero usaba la galantería sin control hacia el sexo femenino y el segundo era un agresivo conquistador de faldas. Sus nombres enrolados en el filme “Sato Ichi se encuentra con Yojimbo” arrancó las carcajadas generalizadas y me obligó a repetir el chiste en el siguiente número.

Los exámenes finales, las tesis y mi predilección por la literatura me alejaron de aquel instrumento de comunicación que alcanzó celebridad en su época y todavía es recordado.

Hace un par de años me reencontré en Santo Domingo con Pablo, y al verme lo primero que hizo fue repetirme la impronta de aquel medio de comunicación que él consumía número tras número. Y aplaudió mi iniciativa de hace ya 49 años.

Y ahora, en homenaje a César Vallejo, reproduzco su clásico poema cuyo verso inicial me sirvió de título para esta columna.

Quiero escribir, pero me sale espuma, Quiero decir muchísimo y me atollo; No hay cifra hablada que no sea suma, No hay pirámide escrita, sin cogollo. Quiero escribir, pero me siento puma; Quiero laurearme, pero me encebollo. No hay toz hablada, que no llegue a bruma, No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo. Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, Carne de llanto, fruta de gemido, Nuestra alma melancólica en conserva. Vámonos! Vámonos! Estoy herido; Vámonos a beber lo ya bebido, Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

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