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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Entendiendo eso de “pecado original”

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Si Adán pudiera cantar en las redes, probablemente le tomaría prestado a Rolando la Serie: “échame a mí la culpa de lo que pasa”. Si usted interpreta los primeros capítulos del libro del Génesis como un reportaje de lo que en realidad ocurrió, se va a perder su mensaje relevante de gran actualidad.

Génesis no nos confronta con el acta de nacimiento de Adán y de Eva. No nos informa sobre un tal Adán Pérez (si comes de este fruto, “Perez” serás) o de una tal Eva, que aparecerían al comienzo del Sapiens de Yuval Noha Harari. Génesis no pretende ser noticia sobre un hecho histórico de un pasado remoto, sino el esclarecimiento de por qué entonces y también hoy en día hay tanta maldad en el mundo. ¡Adán y Eva somos usted y yo!

Génesis enseña: una de las fuentes del mal es la libertad humana. En la historia, los humanos hemos pretendido ser diosecitos y de esa soberbia (hybris, decían los griegos) provienen la maldad: las trampas, el robo, la destrucción de la naturaleza y la violencia contra otros humanos.

Heredamos de nuestra sociedad y cultura una predisposición “psicológica, cuasi connatural, hondamente arraigada en la médula misma (en el corazón) de lo humano, que obstaculiza el normal desenvolvimiento” de nuestra relación con el Creador y la creación (sigo a Juan Ruiz de la Peña, 1991, El Don de Dios, 188 - 198).

Cuando la Iglesia habla de pecado original, quiere enseñarnos por lo menos tres verdades: primera, que existe en nosotros una inclinación previa al mal que confirmamos con nuestras malas acciones. Compartimos esa inclinación como el idioma y la cultura. Como los choferes desesperados, incitados por frustrantes experiencias pasadas, que en un tapón de la autopista se lanzan a ocupar la vía contraria al ver que otros lo hacen, la maldad nos mueve al mal, desde afuera y desde adentro. Nosotros también pudiéramos reconocer como los israelitas: “Junto con nuestros padres hemos pecado, cometimos una falta, somos culpables.” (Salmo 106, 6). Segundo, antes de que yo decida nada, hay un factor que me mueve a rechazar mi condición de criatura y a considerarme como mi propio creador. Tercero, si somos solidarios de la maldad, somos todavía más solidarios de Cristo, el Salvador, el Nuevo Adán.

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