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¡Yo me pregunto a veces, Presidente!

¡Yo me pregunto a veces, Presidente!

¿Deja el Presidente de la República de ostentar la representación más alta del país, cuando su vehículo con placa oficial desciende de la cuesta empinada de la Casa Presidencial? ¿Deja el Presidente de estar acompañado de la parafernalia de ayudantes civiles y militares cuando se retira de su oficina en el Palacio Nacional? ¿Se convierte por arte de magia el Presidente de la República en un ciudadano común y corriente, cuando físicamente no está despachando asuntos de Estado en la Casa de Gobierno? ¿Abandonan al Presidente de la República, al no estar en su despacho, su escolta todopoderosa, los ayudantes militares, los conductores oficiales de los vehículos de su comitiva y se convierte en un ciudadano común, que se detiene en los semáforos de nuestras calles y espera paciente su salida de los tapones que congestionan las avenidas? ¿No utiliza el Presidente de la República el combustible asignado a sus altas funciones, cuando termina sus labores en los horarios de trabajo del Palacio Nacional? ¿No continúa el Presidente atendiendo las urgencias y los temas cotidianos las 24 horas del día, en atención a las responsabilidades inherentes a su cargo?

¿Quién dijo dónde y cuándo un Presidente deja de ser Presidente, cuando sale de su poltrona palaciega y se lanza a la contienda electoral, levantando los brazos de candidatos, promoviendo y usando los recursos del Estado que se movilizan con su figura, frente a masas desesperadas en su agonía de injusticias seculares?

¿Quién dijo que la nominilla de empleados públicos y ayudantes del Poder Ejecutivo, no se incorpora a los actos de promoción de candidaturas oficialistas, por lealtad a un Presidente que los designa, y que evidentemente emocionado, confunde a veces su elevado y respetado cargo con el de un activista furibundo, y a veces suplanta al propio candidato que promueve?

A veces ignoramos por conveniencias, que nuestro país responde a un Estado personalista, caudillista por origen y desarrollo social, donde la figura presidencial tiene un peso orgánico y sicológico de dimensiones insospechadas. Herencia de dictadores y tiranos, ese peso político del Estado, el gran Leviatán, monstruo de los textos bíblicos, convertido en metáfora por Thomas Hobbes, para definir el Estado y la necesidad de someterse a un fuerte Poder para protegerse. Armazón burocrático y militar usado también por demócratas y liberales, legitimando procesos electorales en desigual competencia.

Entiendo las debilidades congénitas del candidato presidencial de la coalición gubernamental, la necesidad de socorrerlo en su peregrinar de derrotas y en su imposibilidad de crecimiento, pero no justifico el desacato a las disposiciones que establecen limitaciones, y restringen la participación del Presidente y de los funcionarios en la actual campaña electoral.

Ante este cuadro creciente y desafiante del Poder, uno se pregunta: ¿Dónde está la Junta Central Electoral, para arbitrar y ser justa en el comedimiento de los desenfrenos del Poder?

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