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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Una comunidad de bienes

En el transcurso de su primera etapa, la iglesia primitiva dio al cristianismo una pureza inédita y jamás repetida con igual plenitud. Los millares de nuevos creyentes, que estaban aún en Jerusalén después del día de Pentecostés y el primer sermón de Pedro, tuvieron, sin duda, la urgencia de suplir sus necesidades básicas. La respuesta a este imperativo fue la inauguración de una comunidad de bienes. “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas”, narra Lucas.

No se aferraban a sus propiedades, y, en cambio, suprimían el egoísmo, y compartían lo suyo para abastecer a los demás. Incluso muchos vendían sus posesiones, y repartían a todos según la necesidad de cada uno”. La iglesia inicial de Jerusalén estaba en su tierna infancia y, por tanto, mostraba su mayor inocencia. Vivía gozosa porque ponía sus ojos en Jesucristo y nada más.

El fruto palpable de esta consagración y comunión fue visto en seguida: “El Señor añadía a la Iglesia a los que estaban salvándose, de día en día” (Ver Hechos 2:43-47).

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