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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El intérprete de las Escrituras: Jesús de Nazaret

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Fue en Beçanson, Francia en julio de 1969. Una profesora y su esposo no podían asistir a un concierto estelar y nos regalaron a mí y a otro jesuita las entradas.

Nuestros asientos quedaban al fondo del teatro. Tuvimos que entrar 45 minutos antes del evento. Allí encontramos a todos los músicos, cada cual tocando su instrumento sin tener en cuenta a nadie.

Aquél enjambre de ruidos inconexos aturdía. De pronto, reinó el silencio. Entró el director y para deleite mío, ensayó con a toda la orquesta el primer movimiento allegro de la pequeña serenata nocturna de Mozart. Ahora todo era armonía y belleza. La melodía le iba dando su lugar a cada músico y su instrumento, como si los abrazara.

Igual sucede con las Sagradas Escrituras, según nosotros los cristianos, al entrar Jesús de Nazaret en la historia todo lo que habla de Dios enmudece y queda relativizado. Una cosa son las palabras de la Escritura y otra: La Palabra.

Todo lo que las Escrituras habían dicho sobre Dios hasta ese momento queda en segundo plano ante Aquél que es la Palabra en la que Dios se expresa.

Juan, el evangelista lo afirma así. “A Dios nadie le vio jamás, el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (Juan 1, 18).

La palabra griega que Juan emplea para decir “dar a conocer” es “Ëxegésato”, es decir, el Hijo ha sido el exegeta, el único intérprete cualificado para revelar a Dios, los demás son aficionados.

Esta convicción recorre de un lado a otro los evangelios, baste esta cita de Lucas: “Önadie sabe quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera dárselo a conocer.ª” (Lucas 10, 22).

Si bastara la letra de las Escrituras para captar su mensaje, los escribas y fariseos no hubieran rechazado a Jesús.

Los propios discípulos de Jesús que, caminaron con él, quizá hasta más de dos años y conocían las Escrituras, necesitaron que Jesús les interpretase “lo que se decía de él en todas las Escrituras” (Lucas 24, 27).

Sin Jesús, el director de todos los músicos de la Biblia, lo que oímos no pasa de ruido; con Jesús se revela como concierto y melodía eterna.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM

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