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FE Y ACONTECER

“Creemos en el Dios de la vida”

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Cardenal Nicolás de Jesús López RodríguezSanto Domingo

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario - Ciclo C

10 de noviembre, 2019

a) Del segundo libro de los Macabeos 7, 1-2. 9-14.

Este pasaje presenta la primera mención explícita en el Antiguo Testamento, de la resurrección de los muertos. La fe en la resurrección mantuvo en pie a toda una familia judía en el momento del martirio, durante la persecución religiosa del rey de Siria Antíoco IV Epífanes (167-164 a.C.). No renunciaron a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y someterse a la mentalidad pagana de los griegos.

Es una epopeya religiosa en que se descubre que, la vida aquí en la tierra no lo es todo, que existe otra vida y aunque han pasado muchos siglos de ese martirio, este acontecimiento es actual, existen hombres y mujeres dispuestos a entregar su vida por la fe en Jesucristo, esto nos invita a superar los miedos y temores que muchas veces nos paralizan.

b) De la Segunda Carta a los Tesalonicenses 2,16-3,5.

Este fragmento comienza con la oración a Jesucristo y al Padre, pidiendo firmeza en la fe para los Tesalonicenses. San Pablo, pide a la comunidad, que rueguen por él para que su predicación en Corinto tenga éxito, como lo tuvo en Tesalónica, y termine la oposición que le hacen algunos hombres perversos, enemigos de la fe. Él mismo advierte que “no de todos es la fe”, apuntando al hecho concreto de que hay muchos que se niegan a recibirla.

El Apóstol les dice a los tesalonicenses que no deben temer al “maligno”, pues el Señor está con ellos, y guiará sus corazones “hacia el amor de Dios y la esperanza paciente de Cristo”. En lo concerniente a la paciencia que Cristo mostró en sus sufrimientos y que ellos deben imitar; pero más bien parece, en consonancia con todo el contexto de la carta, que ha de referirse a la paciente espera de la parusía o venida de Cristo, sin dejarse influenciar.

c) Del Evangelio de San Lucas 20, 27-38.

La pregunta de los saduceos, caracterizados por la negar la vida después de la muerte, es capciosa, basándose en la ley del levirato, que mandaba al hermano de un marido difunto y sin descendencia casarse con la viuda para dar descendencia a su hermano (Deuteronomio 25, 5ss); tratan de ridiculizar la fe en la resurrección.

Sin embargo, la respuesta de Jesús afirma rotundamente la vida nueva que seguirá a la resurrección de los justos. La vida sexual como ahora se expresa, no tiene sentido ni finalidad en la vida definitiva, pues los resucitados “ya no pueden morir, son como ángeles y participan ya en la resurrección” (Lc. 20, 36). Luego Jesús apela al testimonio y autoridad de Moisés para concluir que, el Señor es “Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos” (V. 37).

La fe en la vida eterna es precisamente la que da valor y sentido a la vida presente; es la que nos permitirá creer y disfrutar desde ahora del gozo de la resurrección. Esa misma fe que mantuvo firmes y serenos a los mártires presentados en la primera lectura. La muerte no tiene la última palabra ni es el final del camino. La certeza de nuestra resurrección radica en Cristo resucitado y debe hacerse realidad operativa por la práctica de las bienaventuranzas.

Fuentes: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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