El mensaje universal

Cuando vieron a Jesús la última vez, los discípulos le preguntaron con franca impaciencia: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. Por lo visto, todavía estaban lejos de entender la razón de Su muerte y resurrección. La réplica de Jesús fue contundente.

Lo esencial no era saber el día u ocasión en que Dios haría las cosas, sino recibir el poder del Espíritu Santo.

“No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones -dijo-, que el Padre puso en su sola potestad, pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:6-8).

Los apóstoles tenían la misión de proclamar el evangelio, y para esto necesitaban la ayuda divina. La llegada del Espíritu Santo representó una revolución incuestionable en la historia de la humanidad, pues, solo así, el mensaje del evangelio se ha esparcido por todos los rincones de la tierra.