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EL CORRER DE LOS DÍAS

La tortuga del eterno retorno

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Una tortuga “dominicana”, que al parecer conoce, debido al brillo memorioso de su concha, el trayecto del retorno, ha llegado nuevamente para desovar en las arenas marítimas de su nido, que es el cálido espacio que la naturaleza, cargada de energía, le ha concedido. Siete años de ausencia. Una memoria que no ha desaparecido y que ha tenido la suerte de encontrar el lugar presentido antes de que las fuerzas del progreso dieran con el mismo contribuyendo con su desaparición.

La suerte de una tortuga puede también estar escrita, y en vez de echada al aire, como la de muchas aves, y atrevidos pensamientos, echada al mar. El esplendor quelonio, quizás oculto en los espacios elementales de su concha, ha sido, a lo mejor, la antena para la identificación de su mítico trayecto de regreso, como el estudiado por algunos antropólogos que anuncian y analizan las formas del eterno retorno.

Marcada, y ya olvidada su marca, (firma de los que buscan su protección), sin que nunca sepamos su verdadero nombre, ni quien puso la onda que la orienta en su vuelta al lugar de origen, la tortuga Equis llameémosla así, es reveladora de un tipo de memoria viajera, -y de una temporalidad casi sagrada, la de una memora estremecedora que vive y actúa debajo de la naturaleza, trasfondo de los seres vivos, la que sin ser parte de un intelecto orienta; la que posiblemente vive en otros seres sin marca, en aves, microbios y conciencias. (Pensemos en la araña que teje sus conjeturas divinas en una tela de nudos perfectos, o en la oruga cuyo mandato, siempre el mismo, es casi la ideación de un capullo igual, sello de alguna programación). Y observemos, con la imaginación, el misterio, materia prima de lo inexplicable, que marca a su manera la vida futura cuando un ser sin nombre, como Equis, retorna a su “país”, a casi su agua de origen siguiendo su traslado mediante una marca genetrix orientadora, y desova cientos de futuras tortuguitas, pequeñas vidas con marca establecidas, que desde su nacimiento quedan en la orfandad, y que en su código deben llevar el sello del lugar donde nacieron, para un día regresar. Las formas del espíritu, según Brahama, contribuyen con el conocimiento intuitivo, y con el cuido de todo cuanto persiste.

Señales son de la memoria genética, las de la tortuga, que no abandona su nacencia y que en alguna célula interna “digiere” las marcas que la incitan hacia un regreso proceloso, donde la selvática penumbra oceánica no alcanza a desviar su ruta, para mí, signo de la espiritualidad vital que anida en las formas vivientes, en los mundos interiores, y más allá (o más acá) de lo que consideramos como pensamiento.

La primera experiencia en la naciente tortuga es el arenal, su segunda el exilio natural, la búsqueda de un sexo desconocido, flotante, aparecido por señales inherentes a su especie, la tercera es la búsqueda del territorio donde están vivas, desde antes de su nacimiento, las energías que sugieren la ruta del retorno, prueba de que en muchos de los seres vivientes, el retorno es un plan preconcebido por la madre naturaleza.

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