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EL BULEVAR DE LA VIDA

Los pueblos pasan

Son seguidores de Groucho Marx: Tienen sus principios, pero si a Ud. no les gustan, les ofrecen otros. Son los responsables de dar vida, actualidad y permanencia al cambalache de Enrique Santos Discépolo.

Son terribles. Con frecuencia nos orinan encima, y cuando nos quejamos, aseguran que es una percepción errada, que apenas llueve.

Para ellos el ganar no es importante, porque es lo único que importa y todo lo justifica. Y esto, a pesar de que, en su primera infancia mucho fueron monaguillos y algún cura bueno de los de barrio (los mejores) les habrá leído a San Mateo, 26, ay: “Qué provecho obtendrá el hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma”. Gracias a Cabral, conocen la anécdota de Juan Comodoro, que buscando agua encontró petróleo, pero se murió de sed. Pero ni caso que le hacen.

Promueven el reconocimiento como portentos de la moralidad pública, de grandes sicarios de la sangre o de las ideas, (intelectuales) que estuvieron al servicio de la más cruel satrapía que se recuerda en las Américas desde que Colón and friends realizaron el milagro genocida de convertir los indios vivos “en cristianos muertos”.

Contrario a los viejecitos del Poble Sec de Serrat, los señores no son “la aristocracia del barrio”, sino el estercolero de esta selva de cinismo y doblez, tan escasa ella de inocentes, que incentiva la delincuencia, como el de Galilea sugiere amar al prójimo con énfasis especial en las prójimas, pero ni caso.

Tendrán que perdonarme los intelectuales; -politólogos aéreos, sociólogos subterráneos y abogados del cinismo-, pero cada día está uno más convencido de que nada explica mejor la realidad del hombre y sus dilemas existenciales, sociales y políticos, que la santa poesía y sus sentires.

Por todo eso, hoy, apostado en un balcón de La Moneda, en la barandilla Sur del puente Duarte; en las calles de Quito y Barcelona o en los barrios de Caracas, considero oportuno parafrasear aquí, como pública advertencia a los señores, las bíblicas palabras de Sor Mario Cardenal Benedetti quien nos recuerda que, cuando el poder le dice al pueblo que para tal o cual cosa “Ö. Habrá que pasar sobre su cadáver”, debería mirar la historia reciente, el mundo de ahora mismo, y recordar que “a veces los pueblos pasan, a veces los pueblos pasan”.

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