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FE Y ACONTECER

“Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C 29 de septiembre, 2019

a) Del libro del profeta Amós, 6, 1a. 4-7.

Amós era granjero y gozó de buena situación económica que le permitió adquirir muy buena formación intelectual y aprender el arte literario. Predicó bajo el reinado de Jeroboán II (782-753 a.C.). Es un profeta recio, combina el lamento con la maldición. De hecho, la interjección “ay”, común en los duelos y funerales, puede tener también la connotación de maldición. En el pasaje propuesto para este domingo encontramos la denuncia del profeta contra el lujo, el confort y las riquezas de quienes los tenían y hacían alarde de ellos.

El profeta fustiga el refinamiento de los habitantes de Samaría, capital del reino del Norte, Israel (hacia el año 750 a.C.). Su amenaza es tajante: Se acabó la orgía de los disolutos. Irán al destierro bajo los asirios, encabezando la caravana de los cautivos. Sabemos que esto sucedió unos treinta años después. Hay que reconocer el valor de aquellos profetas y la verdad de sus denuncias y profecías cabalmente cumplidas.

b) De la Primera Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 6, 11-16.

Las dos cartas a Timoteo y la escrita a Tito están consideradas dentro del grupo de las “Cartas Pastorales” de San Pablo, tomando la metáfora del cuidado de los rebaños y aplicándola al pastoreo de la comunidad cristiana. Ambos, son íntimos amigos y colaboradores de Pablo que se encuentran al frente de las Iglesias de Éfeso y Creta, respectivamente.

En estos versículos exhorta a Timoteo a pelear “el noble combate de la fe” y por eso le encarga, como hombre de Dios, el buscar la justicia, la fe, el amor, la paciencia, la bondad, por eso insiste en el carácter material de la vida cristiana, siendo consecuente con la solemne profesión de fe emitida por él en el momento de su bautismo y cuando aceptó el ministerio que ejercía.

c) Del Evangelio de San Lucas 16, 19-31.

En la parábola que Jesús expone a sus discípulos en su camino hacia Jerusalén, se destacan tres aspectos fundamentales: situación en vida del rico Epulón y del pobre Lázaro (vv. 19-21); el cambio de escena para ambos después de la muerte (vv.22-23) y el diálogo de Epulón con Abrahán (vv.24-31). El disímil final de Epulón y de Lázaro no se debe exclusivamente a su condición sociológica, sino a sus actitudes personales. El rico no se condena por el mero hecho de ser rico, sino porque no teme a Dios, de quien prescinde y porque se niega a compartir lo suyo con el pobre que está a su puerta muriendo de hambre. Tampoco el pobre se salva simplemente por ser pobre, sino porque está abierto a Dios y espera la salvación de “quien hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos, ama a los justos y sustenta al huérfano y a la viuda, trastornando el camino de los malvados” (Salmo 145).

Esta parábola afirma la peligrosidad de la riqueza porque fácilmente crea resistencia a la ley de Dios y sordera a su palabra. Existe el peligro de que se cierre el corazón del hombre a Dios y al prójimo, hasta el punto de que tales personas, según Jesús, “no harán caso ni aunque resucite un muerto” para hacerles ver su camino equivocado y que abandonen la falsa seguridad de los bienes materiales. La enseñanza es para todos, pues todos encontramos algún Lázaro en nuestro camino y los peligros del dinero que Jesús destaca vigorosamente nos acosan a todos.

Fuentes: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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