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ORLANDO DICE...

Palacio sin cortina

El pasado lunes hubo reunión de estrategia en el Palacio Nacional, una especie de repaso, y al concluir ese encuentro del más alto nivel se escuchó, como en los primeros tiempos de la Revolución Cubana: “Van bien, muchachos, van bien”.

Ese contento o reacción amena tuvo que ver con los resultados de siete encuestas de diferentes firmas, cinco de las cuales colocan arriba a Gonzalo Castillo y dos en empate técnico con Leonel Fernández.

Juan Bosch dijo una vez que un corazón honrado no engaña a su dueño, y parece que ese principio de vida fue extrapolado por sus discípulos en el gobierno.

Ellos creen que una encuesta honrada no engaña al interesado que la encargó.

No se habló de publicarlas, pero por lo pronto Sigma Dos haría su segunda entrega ayer en la tarde (escribo en la mañana), con lo que queda abierta la posibilidad.

La estrategia de Fernández fue desde un principio una estrategia de encuestas, e incluso llegó a realizar actividades con el solo propósito de que recogieran el calor del momento.

Un aspecto bronco, pero que se acompañaba de otro sutil: Reconocer o promover a Luis Abinader como contraparte ideal.

Lo interesante del juego fue que Abinader correspondió y en cada ocasión devolvió el favor. Sus sondeos fueron réplicas con números volteados.

Un intercambio amable, y aparentemente feliz, pues Fernández no sabe que en las encuestas de los precandidatos, Abinader le ganó en los escenarios en que fueron barajados.

Pudo por tanto haber afilado cuchilla para su garganta si superara el actual trance y fuera finalmente el candidato oficial del PLD.

Una de las tantas estrategias de Castillo pudo haber sido dar a Fernández su propia medicina: encuestas por un tubo, sabiéndose que esa medicina podía saberle a aceite de ricino.

Otra fue lanzarse a las calles y que el escenario de las calles diera pábulo a las encuestas, e incluso usarlas como instrumento para determinar los segmentos de población que le fueran resistentes.

Al final se aplicó y dirige una estrategia cimarrona, pues el poco tiempo solo permite actuar como avalancha.

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