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COLABORACIÓN

Ilusión temeraria del poder

Muchas veces hemos dicho que el hegemonismo y el poder del Estado no pueden vencer la razón, sin embargo, reconocemos que el poder, entre otras muchas cosas, ¡muchísimas!, propone, premia, ensalza, tutela, pacta, negocia, gobierna y, sobre todo, manda. No parece tener límites. Por esa ilusión temeraria del poder surge una tentación que ha sido permanente desde la baronía del danilismo para hacer lo que se quiere, y si no se puede, influir en otros para lograrlo (Nye), sin tomar en cuenta que para vencer una figura icónica como Leonel Fernández -- que ofrece buenos contenidos - se necesita ser carismático, capaz de seducir por su fuerza de atracción personal; competitivo, eficaz; o que genere confianza,

previsión de futuro, honrado y ejemplar. Han apostado por funcionarios cuyo resultado ha terminado como un jardín de “flores de un día”. Ninguno se acerca a una parte de estas cualidades. Desde luego, se podría argumentar que quien reúna varias de estas condiciones no requiere de la imposición o el vuelco de recursos, es cierto. Es innegable que el danilismo no exhibe todavía su fuerza cada vez más fracturada y devorada por la lucha interna de su representatividad. Con “sangre nueva” como lema con el que han querido sustentar el destino del país, que asiste perplejo a la aparición del exministro de Obras Públicas no sustituido y atado como cordón umbilical al Ministerio, entrar en la carrera en forma abrupta y que en efecto, han captado perfectamente el espíritu que mueve la nueva orden estimulada por estructuras del poder que comparten la estrategia subyacente, solo dos de los más aguerridos del rebaño han expresado con algún remilgo su ofensa. Pero el presidente Medina permanece callado, es su estilo, aunque no su interés, y pienso que estimula al espumante amigo para evitar números en las primarias que realcen la fortaleza de Fernández; además, lograr un porcentaje que permita pactar o impedir el triunfo de su contrapoder. Ese es el objetivo más importante porque es una candidatura episódica. La problemática está planteada así porque no hay fórmula humana para ganar esa convención por lo difícil de transmitir el encanto y la categoría del líder a una persona de lucidez tan desconcertante que se ha dedicado a un objetivo único: hacer dinero.

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