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PASADO Y PRESENTE

No todos eran locos…

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Juan Daniel BalcácerSanto Domingo

La generalidad de las personas sabe que los regímenes dictatoriales, en cuanto se refiere a represión política, son auténticas encarnaciones terrenales de lo que cierta mitología ha llamado “el infierno”. En efecto, las dictaduras suelen ser sistemas políticos que se caracterizan no solo porque son la némesis de la democracia, sino porque además son intolerantes frente al disenso político; y porque, para mantener el control del poder político, ellas (las dictaduras) persiguen a sus rivales, los reducen a prisión y cuando no es posible asesinarlos, los someten a las más crueles torturas físicas y mentales.

Refiere el doctor Antonio Zaglul, en “Mis 500 locos” que, transcurrido poco tiempo de estar dirigiendo el manicomio de Nigua, pudo comprobar que algunos pacientes en verdad no eran enfermos mentales. Desde hacía cierto tiempo, la dictadura trujillista había adoptado la práctica de “internar” en el manicomio a ciertos presos políticos, luego de ser sometidos a horripilantes torturas y humillaciones. No fueron pocos los casos en que el doctor Zaglul se ocupó de dispensarle un trato especial a esos “pacientes”, a fin de que no terminaran junto con los enfermos mentales peligrosos. Durante la tiranía, en el país funcionaban “dos lugares malditos: las colonias arroceras de Nagua y El Sisal de Azua. Los dominicanos eran llevados allí como esclavos y se les ponía a trabajar de sol a sol. Al que intentaba huir se le aplicaba la ley de fuga, y si lo agarraban vivo, era ahorcado”. Una mañana, cuenta Zaglul, condujeron al manicomio a “dos jóvenes esposados que venían del Sisal de Azua. Su aspecto físico y moral era desoladorÖ” Sin que las autoridades se enteraran, Toñito se las apañó para proteger a esos y otros tantos desdichados dominicanos que fueron a parar al manicomio por sus ideas políticas. Similar experiencia vivió Pablito Mirabal, un mozalbete cubano, quien acompañó a los expedicionarios de las expediciones de junio de 1959. Tras ser apresado y bárbaramente torturado, y luego presenciar cómo muchos de sus compañeros eran asesinados, Pablito Mirabal fue enviado al manicomio, para que allí completara el proceso de enloquecimiento al que le había condenado la dictadura. Pero, gracias al gesto humanitario del doctor Antonio Zaglul, el joven Pablito Mirabal salvó la vida y no se convirtió en uno de sus “500 locos”.

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