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EL DEDOE EL GATILLO

Caminante: aquí yace Roberto/ por supuesto, Fernández Retamar...

Varios lectores piden mis vínculos cubanos con Roberto Fernández Retamar. Por respeto a ellos, a Cuba, a mi familia, a la memoria de Nicolás Guillén, a mí mismo, y al propio escritor recientemente fallecido, no lo haré. Pero sí referiré una pesquisa incidental.

El mejor termómetro para medir el estatus individual frente al Gobierno de Cuba era pasarle por delante a Retamar. Si él saludada afectuosamente, abrazaba y se desbordaba en elogios inmerecidos era porque el afortunado gozaba de la simpatía del régimen.

Si por casualidad Roberto, desde lejos, movía una de sus manos en señal de un afecto circunstancial, la situación del saludado no era todo lo factible que debía ser en determinada esfera estatal. Pero si por el contrario, el poeta cruzaba por su lado y no le miraba la cara y hacía todo lo posible por esquivar al infeliz, este debía marcharse de Cuba porque, en cualquier momento, el Gobierno le pasaría la cuenta.

En el orden personal, viví esas tres experiencias con el autor de “¿Y Fernández?”. Sus primeros saludos fueron más familiares que protocolares. Incluso, me escribió una breve nota de su puño y letra invitándome a publicar poemas en la revista “Casa”, algo que por lógica no hice. Después, cuando mi categoría laboral en la Unión de Escritos y Artistas de Cuba (UNEAC) alcanzó cierta relevancia, sus saludos fueron a larga la distancia. Y a partir de mi renuncia forzada a mi puesto de trabajo en la UNEAC, no volví a verlo jamás.

No lo culpo. Si no lo hubiera hecho de esa forma, el final de sus días no habría sido como presidente de la Casa de las Américas, ni como director de la Academia Cubana de la Lengua.

No lo culpo porque años después descubrí el mundillo cultural (y hasta el político) de Santo Domingo. Y muchos escritores intentaron frente a mí conductas similares. Solo que esos intentos en conjunto, por así decirlo, no tenían escrita una obra literaria “tan ancha y ajena” como la de Roberto.

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