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FE Y ACONTECER

“Todo es vanidad”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario 4 de agosto 2019 - Ciclo C

1. Del libro Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23.

Este libro escrito en el siglo III a.C., pertenece a la literatura sapiencial. EKKLESIASTES es “quien se sienta o habla en la asamblea (ekklesia)”. El pasaje en cuestión inicia así: “¡Vanidad de vanidades... todo es vanidad!”. Esta sentencia se va a repetir a lo largo de todo el libro. Sin duda que el autor cree en Dios y admite su providencia sobre el mundo, pero el hombre no es capaz de descifrar el misterio de los designios divinos. El escritor aduce como una prueba más de sus tesis el caso de un hombre que ha trabajado con sabiduría y destreza y ha logrado amasar una fortuna que a la hora de su muerte tiene que dejar a unos herederos que nada trabajaron.

2. De la Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11.

San Pablo instruye a los Colosenses sobre lo que es la vida cristiana, nos recuerda que cuando se ha resucitado con Cristo se busca agradarlo a Él y al prójimo, aspirando así a los bienes el cielo, sirviéndose de los de la tierra con justicia y caridad, liberándonos de todo aquello que en la tierra nos enfrenta, unos con otros. El creyente relativiza todo al aceptar a Jesús como único Salvador. Este optimismo cristiano no es ingenuo, sino profundamente consciente de la impotencia radical de toda criatura frente a la firmeza de la fe y el amor.

3.Del Evangelio de San Lucas 12, 13-21.

En la parábola del rico insensato, Jesús se inhibe de intervenir en la pelea entre dos hermanos por una herencia con una sentencia universal: “Guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Nos deja bien claro que es necio el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios. Sólo el Reino de Dios tiene valor absoluto, los bienes materiales son relativos, por lo que debemos esforzarnos por darle un buen uso y aprender a vivir desapegados de ellos.

Jesús plantea la actitud evangélica ante los bienes materiales que poseemos. Es pobre quien acumula riquezas para sí, cerrado a los valores del Reino y al compartir con los demás. Es rico, en cambio, el que mantiene su corazón y su vida abiertos a Dios y sabe poner al servicio de los hermanos lo poco o mucho que tiene.

Dios quiere que todos sus hijos vivan bien, sin que les falte lo necesario; la aspiración a cierto bienestar es legítima, con tal de que no se realice a cambio de otros valores superiores, recordando la advertencia del Eclesiastés y del evangelio: “Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes... Necio es el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios” (v. 21. Al final de nuestra vida sólo nos llevaremos lo que hayamos invertido en el amor a Dios y al prójimo. Hoy valen más que nunca las palabras de Jesús: “No amontonen tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen... Acumulen tesoros en el cielo... Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt. 6, 19ss).

Fuente: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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