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AMLO y la incertidumbre

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

México tiembla. AMLO, es el acrónimo de Andrés Manuel López Obrador, su presidente. La palabra que mejor describe cuanto ahí sucede es “incertidumbre”. Los mexicanos eligieron a un personaje peculiar y ahí tienen las consecuencias. La Bolsa y el peso han caído. Carlos Urzúa, el Ministro de Hacienda, renunció al gabinete de AMLO y se inició el incendio. AMLO es una persona cómodamente instalada en el pasado. Lo dicen los papeles de su partido MORENA. Quiere desarrollar a México con la visión política de 1906, hace 113 años, con un programa del Partido Liberal. Pero su modelo es el general Lázaro Cárdenas, estatizador y antiimperialista, que ocupó la presidencia de 1934 a 1940, hace la friolera de 85 años. ¿No le basta a AMLO con el trágico desempeño de PEMEX para entender que carece de sentido potenciar nuevamente al estado-empresario? ¿Comprende que es imposible erradicar la corrupción ampliando el perímetro del Estado y dotando a los funcionarios de una mayor discrecionalidad? La terrible corrupción mexicana, iniciada desde la época colonial, pero aumentada durante la República, es el resultado, precisamente, de los nexos entre el Estado y el aparato productivo. Cuando AMLO afirma que en su gobierno terminó “la larga noche neoliberal”, no sólo reitera una cursilada vacía y repetida por los epígonos del “Foro de Sao Paulo” (Chávez, Correa, Morales, Ortega), sino que demuestra su incapacidad para entender las relaciones nefastas entre el gasto público y el buen gobierno. Eso que AMLO llama “la larga noche neoliberal” fue el resultado de la inflación, la pérdida de valor adquisitivo de la moneda y la corrupción rampante de los sexenios de Luis Echeverría (1970-76) y José López Portillo (1976-82). ¿Cómo piensa, seriamente, que los males de nuestras repúblicas se curan con mayor dosis de estatismo y dirigismo si esos son, precisamente, los males que envenenaron tradicionalmente nuestra vida pública? Lo que ocurrió en América Latina a partir de los ochenta fue lo que sucedió en Israel con la llegada del Likud al poder (1977), en Inglaterra con Margaret Thatcher (1979), en Estados Unidos con Ronald Reagan (1981) y en Suecia con el triunfo de Carl Bildt (1991). Se le puso fin a la “larga noche socialista” (pongámonos cursis en justa venganza), porque el ejemplo de lo que estaba sucediendo en Chile en el terreno económico era determinante, aunque nos repugnara lo que sucedía en el campo político.

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