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PUNTOS DE VISTA

Dos países que deben permanecer separados

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JOSÉ LOIS MALKUNSanto Domingo

La República Dominicana tiene una frontera propia que la divide en dos países diferentes. Uno, donde los idiomas extranjeros se hablan más que el español, el dólar circula con más fuerza que el peso, el orden y la limpieza sobresalen, la demanda de trabajadores supera la oferta, el transporte está más organizado, las vías de comunicación son impecables y las playas con sus paisajes soleados son de las mejores del mundo.

Esta parte del país tiene aeropuertos privados, bellas zonas residenciales protegidas, hoteles de lujo, yates de ensueño en las mejores marinas del país, aviones privados con hangar propio, jardines bien cuidados, buen servicio eléctrico donde casi todos pagan su luz, cuidan mejor el medio ambiente y la gente vive más tranquila sin la agitación de las grandes urbes.

Pero como toda regla tienen sus excepciones, en este paraíso hay robos, asaltos, drogas y asesinatos ya que la frontera es abierta. Y si eso no se controla a tiempo nos jodimos.

En el lado opuesto, están las grandes y medianas ciudades con sus suburbios enlodados y casitas destartaladas, donde todo gira alrededor de la política, donde se dan los mayores escándalos de corrupción, donde reina el caos en el transporte, donde la basura nos ahoga, donde nadie respeta las señales de tránsito y donde la delincuencia está organizada y protegida por las fuerzas del orden público, que le permiten matar, secuestrar y asaltar a plena luz del día.

Mas del 70% de la población en las urbes ha tenido un encuentro con un asaltante, donde algunos ciudadanos han perdido la vida.

Además, en este lado del país, la energía eléctrica es un lujo, el desempleo y la miseria se ve en cada esquina, el nepotismo es norma en cada institución del gobierno, la falta de agua potable es generalizada, las protestas callejeras con frecuencia paralizan la ciudad, la droga abunda en cada esquina y el caos y la corrupción es el común denominador en todo el quehacer institucional.

Por eso, cuando cualquier dominicano cruza esa frontera siente un cambio brusco. Cree que viajó de un país a otro. De aquí para allá, entra como a un paraíso y de allá para acá entra al infierno.

Por eso, estos dos países deben permanecer lo más separados posible. Si las zonas turísticas se tambalean, el país se jamaquea. Cuidemos ese oasis.

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