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El dedo en el gatillo

El día que hablé con Fidel Castro

Ocurrió durante una de esas tardes en que Dios “estaba enfermo”. Media docena de Jóvenes Comunistas salimos de una reunión en un aula de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, con pretexto burdo. Alguien nos indicó la espera. Nos sentamos en un banco del parque de la plaza universitaria. A los pocos minutos, varios hombres salían de un edificio a nuestras espaldas. Tienen barbas y visten con gorra, uniforme y chamarreta verde olivo. Las luengas bardas del que va al frente son inconfundible. Sus pequeños ojos parecen contar las nubes que rondan el atardecer. Miran tan alto que chocan con las ánforas del cielo.

-Es la primera vez en mi vida que escucho a unos estudiantes pedir más asignaturas para la carrera de Derecho. Siempre escucho lo contrario el deseo de tener menos pénsum. -Lo que pasa, comandante, es que salimos de aquí con muchos conocimientos de Economía Política, Filosofía Marxista, Historia de las Ideas Políticas, El Capital… pero muy pocos de Derecho –le respondí.

Fidel daba vueltas de un lado a otro y cambió el tema. Comenzó a explicar sobre su etapa de estudiante y las veces que debió memorizar tonterías leguleyas que nunca aplicó en la práctica. Con su inteligencia nata esquivaba mis preguntas una y otra vez. Mis compañeros se conformaron con ser testigo de aquel diálogo dispar.

-Estudiar Derecho a partir del pensamiento de Marx es un privilegio que yo no tuve. Ustedes serán mejores abogados mientras mejor dominen la teoría marxista. La revolución no quiere picapleitos ni cuestionadores de la realidad, sino abogados pensantes, comprometidos con la clase obrera –me dijo de pronto.

-Entonces, debemos cambiarnos de carrera, comandante. Si solo sabemos Derecho Civil, Derecho Penal y Derecho Internacional, poco podremos ayudar a la clase obrera.

Fidel Castro dio por terminado el encuentro. Giró sobre sus pasos y salió andando rumbo a un jeep ubicado al costado del parque que pareció de pronto, como salido del sombrero de un mago. En lo que el Comandante abordaba el vehículo, llegaron otros dos con matrícula similar, con guardias armados. Uno iba delante y el otro lo escoltó. Salieron como balas de aquel recinto dejando en nosotros una especie de aureola triunfalista que entenderíamos años después, cuando la Facultad de Derecho incluyó cerca de diez asignaturas más en su pénsum, entre ellas, el Derecho Laboral. Pero era ya muy tarde para mí.

La primera y única bofetada que me dio el Comandante en Jefe, todavía arde en mi rostro. Solo que ese golpe no ocurrió un Día de Reyes, “al mirar debajo de la cama” como contó el malogrado poeta Osvaldo Navarro en uno de sus más singulares textos. En mi caso, fueron las siempre escarceadas circunstancias las que me enseñaron a callar, aunque no deba, frente a alguien que me puede aplastar como si fuera una hormiga. Aunque tuviera siempre la razón.

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